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Guillermo Dupuy

La jauría mediática

La necesidad de esperar a que un tribunal se pronuncie para condenar a alguien es una convicción que, paradójicamente, se debilita entre la gente cuando el delito es especialmente grave y monstruoso.

El caso de Diego, el joven injustamente acusado de violar y asesinar a una niña de tres años, hija de su novia, nos debería llevar a todos a reivindicar un principio tan elemental como es la presunción de inocencia y a expresar nuestro rechazo a todo tipo de linchamientos, incluidos los mediáticos. Aunque una gran responsabilidad en este caso la tiene un informe médico inicial que fue tan defectuosamente realizado como indebidamente filtrado a la prensa, los medios de comunicación condenaron a Diego sin haber sido juzgado. Los ánimos estaban tan caldeados que aun cuando el error fue detectado y el detenido fue puesto en libertad sin cargos, fue necesario que un dispositivo policial protegiera su seguridad. Numerosos lectores de este y de muchos otros medios de comunicación han querido enviar a través de ellos un mensaje de solidaridad a quien hace escasos días consideraban una especie de "monstruo" que no merecía siquiera el derecho a ser juzgado por un tribunal.

A mí me parece muy bien que la gente considere un "monstruo" a quien es capaz de violar y de maltratar a una niña hasta el extremo de causarle la muerte. Lo que siempre me ha escandalizado es cómo la necesidad de esperar a que un tribunal se pronuncie para condenar a alguien se debilita en la sociedad precisamente cuando el delito es especialmente grave y monstruoso. El linchamiento es siempre un acto de barbarie no sólo por esa desproporcionalidad entre delito y castigo que tan frecuentemente se da cuando la gente se toma la justicia de su mano, sino también por el elevado riesgo de injusticia que se puede perpetrar castigando a un inocente y dejando impune al verdadero culpable.

Aunque en el caso de esta niña se haya demostrado finalmente no sólo la inocencia del acusado sino también la inexistencia misma del delito –la autopsia definitiva ha corroborado cada uno de los argumentos dados por Diego explicando que los golpes sufrido por la niña eran propios de caídas, que la muerte la produjo un golpe en la cabeza con 5 o 6 días y que las posibles quemaduras eran una alergia en la piel– la misma reflexión cabría hacer en el caso de que la agresión a la niña se hubiera producido. Y es que, cuanto más grave es el delito, mayor es la impunidad y la injusticia que podemos cometer al condenar a alguien que no ha sido todavía juzgado con todas las garantías.

Afortunadamente, en el caso de Diego su "linchamiento" ha sido "sólo" de índole moral, pero eso no es impedimento para que todos seamos conscientes del enorme daño que se le ha producido y el mayor que se le hubiera podido llegar a producir. Desde aquí también mi solidaridad.

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