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Clifford D. May

Cuenta atrás para el Apocalipsis

Los mulás de Irán han estado matando americanos durante décadas. Sería temerario e irresponsable dejar que semejantes extremistas adquieran armas nucleares con la esperanza de que repentinamente decidan que prefieren nuestro respeto a nuestra destrucción.

La Fundación Heritage organizó recientemente una reunión de expertos para hablar sobre "Armas de Destrucción Masiva y las Comunidades de Estados Unidos", las diversas maneras en las que nuestros enemigos terroristas podrían atacar a nuestros aliados y a nosotros mismos en el futuro y qué se podría hacer para frenarlos. Ya se imaginará usted lo animada que estuvo la reunión.

La preocupación más obvia: la proliferación de armas nucleares. Dentro del grupo existía consenso acerca de que si no se evita que Irán, el principal patrocinador de terrorismo en el mundo, adquiera armas nucleares, se desatará una "cascada" de proliferación nuclear. Poco tiempo después, tantos países pasarían a tener tantos dispositivos nucleares que las probabilidades de que unos cuantos cayesen en manos de grupos terroristas aumentarían exponencialmente.

Y aquí un panorama quizá aún más aterrador: terroristas usando armas biológicas, desatando epidemias de viruela, del virus Ébola u otras fiebres hemorrágicas; un avión fumigador esparciendo cinco kilos de ántrax y causando más muertes que durante la Segunda Guerra Mundial; agentes patógenos genéticamente modificados –por ejemplo, una forma sumamente contagiosa del virus de inmunodeficiencia humana VIH. Un bioataque sería mucho más fácil de llevar a cabo que un ataque nuclear; las armas biológicas se pueden fabricar en laboratorios ocultos y propagarse usando personas sin armas y de apariencia inocente.

También hablamos sobre dispositivos radiológicos de dispersión, más comúnmente conocidos como "bombas sucias". Montarlas es algo bastante simple: materiales radioactivos –como por ejemplo, radio, radón, torio– que se envuelven con una base de explosivos convencionales. Aunque un arma de ese tipo no provocaría la mortandad de un arma nuclear o biológica, su impacto psicológico y económico podría ser muy importante.

¿De qué otra forma podrían los terroristas avanzar hacia su objetivo, tan sucintamente articulado por el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad, de lograr "un mundo sin Estados Unidos"? El que fuera director de Inteligencia Nacional hasta febrero de este año y el espía más importante del país, el almirante Mike McConnell, le contaba recientemente a Steve Kroft del programa 60 Minutes que cada vez más se sentía más preocupado por la ciberguerra y el uso de los ordenadores e internet como armas.

"Si yo quisiera atacar y hacer daño estratégico a Estados Unidos... probablemente atacaría el suministro eléctrico" de la forma más amplia posible por todo el país, decía McConnell. También expresaba su preocupación por la posibilidad de que un ciberatacante pudiera destruir los procesos y expedientes electrónicos que llevan las cuentas del dinero y sus movimientos, algo que desataría un colapso económico.

En el mismo programa, Jim Lewis, director del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales (CSIS), le decía a Kroft que: "En 2007 tuvimos probablemente nuestro Pearl Harbor electrónico. Fue un Pearl Harbor de espionaje. Una potencia extranjera, de la que francamente desconocemos su identidad, se coló en el sistema informático de los Departamentos de Defensa, Estado, Comercio, probablemente Energía y probablemente también de la NASA".

Otra manera de destruir la red de energía eléctrica y todo lo computarizado: un ataque de pulso electromágnetico (EMP). En 2001, el Gobierno de Estados Unidos estableció una comisión para "determinar la amenaza para la nación" de un ataque EMP. La comisión informó al Congreso de que si se detonase una ojiva nuclear a gran altura sobre el continente americano, la explosión produciría una onda de choque tan potente que "paralizaría las comunicaciones militares y civiles, la energía eléctrica, el transporte, el agua, la comida y otras infraestructuras". Al poco tiempo, como lo dijo muy claramente el Wall Street Journal, "millones de americanos morirían de hambre o por falta de atención médica". La CIA ha traducido publicaciones militares iraníes en las que se habla explícitamente sobre ataques EMP contra Estados Unidos.

Entre los expertos que asistían a esta conferencia, todos estaban de acuerdo en que el uso de esas armas terroristas es una amenaza más seria e inminente que el "calentamiento global". Sin embargo, no se está organizando ninguna cumbre para decidir lo que Estados Unidos y otras naciones en el punto de mira podrían hacer para defenderse mejor.

También diría yo –tal y como lo hice en la conferencia de la Fundación Heritage– que, aunque necesarias, no bastará solo con tomar medidas defensivas. Más bien deberíamos reconocer que estamos inmersos en un gran conflicto mundial, uno que no es menos grave solamente porque sea poco convencional y asimétrico.

El acercamiento de posturas, los compromisos y las prácticas de "resolución de conflictos" son útiles cuando Estados Unidos tiene un desacuerdo con México o cuando los Países Bajos discrepan con Luxemburgo. Pero este enfoque no tiene ningún sentido cuando se trata de autoproclamados yihadistas, impacientes por utilizar las armas del siglo XXI para alcanzar metas del siglo VII.

Los mulás que gobiernan Irán han estado matando americanos durante décadas, por ejemplo, en Beirut, Irak y recientemente en Afganistán. Escriben "Muerte a América" en sus misiles. Sería temerario e irresponsable dejar que semejantes extremistas adquieran armas nucleares con la esperanza de que, de alguna manera, cuando sus capacidades alcancen el mismo nivel que sus intenciones, repentinamente decidan que prefieren nuestro respeto en lugar de nuestra destrucción.

Si hemos de evitar que nuestros enemigos nos hagan la clase de daño que traman, debemos estar a la ofensiva. Hace falta mantenerlos nerviosos, bajo presión y a la fuga. Tendremos que perseguir a los malos en sus campos de entrenamiento, laboratorios y refugios, dondequiera que estén. Tendremos que empujarlos a cuidarse las espaldas y a preocuparse continuamente de que los maten o los capturen, y su captura no deberá convertirse en una recompensa que les brinde una plataforma mundial para su propaganda y encima que todo sea pagado por el contribuyente americano.

Habrá que escoger: ¿tenemos la intención de avanzar o de retirarnos, de cazar o ser cazados, de ganar o perder? No hay fortaleza que podamos construir, no hay equilibrio de fuerzas y terror que podamos alcanzar, no hay gesto o concesión que nos haga inofensivos a los ojos de nuestros enemigos. Cuando los bárbaros tocan a la puerta, tenemos que hacer algo más que echar llave a la puerta, y ni siquiera hemos hecho eso todavía.

George Orwell expresó claramente una regla fundamental de la seguridad nacional: "La gente puede dormir en paz por las noches sólo porque hay tipos rudos dispuestos a recurrir a la violencia para protegerla". La mayor parte de Occidente está liderado por gente que cree que esa regla era válida en otros tiempos pero ahora ya no lo es. Si eso no le quita a usted el sueño, nada lo hará.

©2009 Scripps Howard News Service
2009 Traducido por Miryam Lindberg

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