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El problema es Obama

El ejército americano, disciplinado y eficaz, se dispone a intentar cumplir su misión. Se lo están poniendo difícil, pero el problema no es el plan, el problema es Obama, el flamante Premio Nobel. El problema no es la estrategia, es la voluntad.

Obama ya anunció a bombo y platillo su plan para Afganistán. Más soldados –siempre más soldados– y fecha para iniciar la retirada. ¿Basta para lograr una victoria? Da igual, porque de lo que se trata es de "debilitar a los militantes hasta un punto en que ya no sean capaces de amenazar al Gobierno afgano". Sea lo que sea eso, no se trata de acabar con los talibanes.
 
Más bien suena horriblemente a rebajar los objetivos por razones de política con minúsculas. Se ha gastado tanto para impedir el desempleo –es decir, para intervenir en la economía– con resultados inexistentes, que no queda para las auténticas obligaciones del Estado. Hay además miedo. A las encuestas entre la base demócrata, y miedo a no ganar una guerra que se declaró como necesaria, y no elegida, en oposición a la de Irak.

A las duras entendederas de nuestro tiempo, más cobardes que tontas, les cuesta comprender que estamos en plena IV Guerra Mundial. Que ésta se parece a la III, la Guerra Fría, en que es un conflicto ideológico y en que no se ventila en un campo de batalla, sino en una variedad de ámbitos distintos.
 
Al islamista radical le importa poco que el occidental sea de derechas o izquierdas, secesionista o patriota, pescador o cooperante, suizo o francés; lo único que le interesa es su carácter de infiel. La batalla se da con atentados suicidas, con secuestros, con represión como en Irán, con chantaje para obtener la bomba atómica; influyendo a las élites occidentales, interviniendo en los debates internos, fomentando una inmigración radicalizada... y se da desde Afganistán a las barriadas de París pasando por los plácidos valles de Suiza, y hasta los cuarteles americanos.

Por eso es un tremendo error tirarse cuatro meses ponderando las opiniones de los militares exudando debilidad; por eso es un error hacer un discurso a medio camino para explicar la retirada al mismo tiempo que se explica un aumento de tropas; por eso es un error filtrar las discusiones y luego acusar a los asistentes a las reuniones; por eso es un error tomar la decisión de Afganistán aislada de su contexto.
 
Su contexto es que estamos en plena Larga Guerra, como se llamó en un principio, en plena GWOT (Global War on Terror), como se le llamó menos elocuentemente después. Si en Irak hay atentados para evitar las elecciones de marzo, si en Irán se recrudece la represión contra los cada vez más numerosos valientes que se oponen al régimen, si en Pakistán se multiplican los ataques de los radicales, y si en Europa se sigue sin hacer caso a las mayorías silenciosas que no toleran más corrección política respecto al tema, ¿a qué viene formular un plan a medias para un sólo país?
 
Se nos había prometido que se podía vencer mejor al fanatismo terrorista cerrando Guantánamo, retirándonos de Irak y haciendo no sé cuántas cosas más, o sea, menos. Decía Orwell que la manera más rápida de terminar una guerra es perdiéndola. Pero ha resultado no ser tan bueno para las encuestas. Así que Obama apoya un plan con todo el peso de su falta de convicción.
 
El ejército americano, disciplinado y eficaz, se dispone a intentar cumplir su misión. Se lo están poniendo difícil, pero el problema no es el plan, el problema es Obama, el flamante Premio Nobel. El problema no es la estrategia, es la voluntad.

No se quiere reconocer que no hay alternativa a la doctrina Bush: a la democratización y liberalización de Oriente Medio. O les llevamos la libertad o nos destruyen. Y nos van destruyendo. Pero mientras tanto, que bien sonríe Obama en Oslo, ¿verdad?

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