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EDITORIAL

Zapatero y el enésimo fin de la crisis

El gasto público no produce un crecimiento sostenible, sino uno artificial creado a base de deuda. Así, podría tratarse de una crisis en forma de W, en la que el PIB rebota para caer de nuevo una vez agotados los falsos y cortoplacistas planes de estímulo

Resulta difícil creer al presidente del Gobierno cuando anuncia que España crecerá "con carácter inminente", cogiendo un "tren" que "aumentará su velocidad hasta adquirir la necesaria para recuperar la creación de empleo". Al fin y al cabo, en abril aseguró que era muy probable que "lo peor haya pasado ya"; en mayo que "el deterioro de la economía española está tocando fondo"; en junio que "lo peor de la crisis ha pasado ya"; en agosto que "la fase más cruda de la crisis ha pasado ya"; en septiembre que "la fase más aguda de la crisis la hemos dejado atrás" y en noviembre que "lo peor de la crisis ha pasado".

Ignoramos si el Gobierno sigue creyéndose que los mensajes positivos generan confianza en la economía; si así fuera, deberían empezar a pensar que quizá, sólo quizá, la continua repetición de fallidas profecías no es algo que permita mantener mucho la fe en el Ejecutivo. Es posible, en cualquier caso, que el objetivo de esta continua repetición de sucesivos finales de la crisis no sea otro que poder felicitarse luego cuando, por fin, termine acertando.

Al fin y al cabo, es muy posible que merced al desaforado derroche de este Gobierno un trimestre de estos la economía deje de contraerse. Ha sucedido, por ejemplo, en Estados Unidos. Sin embargo, dadas las medidas adoptadas por Zapatero, no cabe concluir que estaríamos ante el final de nuestros problemas. El gasto público no produce un crecimiento sostenible, sino uno artificial creado a base de deuda que finalmente habremos de pagar. Así, podría tratarse de una crisis en forma de W, en la que el PIB rebota para caer de nuevo una vez agotados los falsos y cortoplacistas planes de estímulo económico. O, casi peor, podría ser una crisis a la japonesa, en la que tuviéramos un largo periodo de crecimiento cercano a cero que no permitiera crear empleo.

Incluso cabe el riesgo de que suceda la catástrofe de que Grecia suspendiera pagos. ¿Por qué afectaría esto a España? Porque, teniendo una deuda superior a la nuestra, que supera el 120%, padece los mismos problemas que nosotros, con un déficit del 12% y unos planes de reducción del agujero en las cuentas públicas tan poco creíbles como los de Zapatero. Si Grecia cae, los inversores previsiblemente huirían de países con problemas similares, y entre ellos destaca España, que no encontraría forma de financiar su abultado déficit.

Ante esta situación, la única salida de todo Gobierno responsable sería reducir el gasto abandonando todos los planes de estímulo, dejar que se purguen las malas inversiones en lugar de mantenerlas con la respiración asistida del gasto público y liberalizar el mercado laboral. Pero ya conocemos en exceso a Zapatero como para hacernos la ilusión de que pueda llegar a hacer lo que necesita la economía si eso va a reducir su popularidad aunque sea sólo un poco. Tiene razón Aguirre: sólo cuando el actual presidente deje su cargo cabrá alguna esperanza de recuperación. El problema, claro, es que no parece que los actuales dirigentes nacionales del PP estén dispuestos a abordar con seriedad esos mismos problemas que Zapatero esquiva con su insensato optimismo.

España, y de eso sabe algo el PP, ha disfrutado de una época en que el Gobierno llevó a cabo una política de austeridad que condujo a un periodo de prosperidad con pocos precedentes en la historia de nuestro país. No estaría de más recordarlo cada vez que Zapatero vuelva a anunciar el fin de la crisis. Que seguramente sea pasado mañana.

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