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José T. Raga

Dirigismo a ninguna parte

¿Dónde termina todo esto? En el único lugar donde puede terminar, en el dirigismo como semblante del dogmatismo jurídico: lo que el déspota dice que es justo es lo único que es justo.

Aunque pueda parecer extraño, éste es el dirigismo más común. El deseo de control, de que nada permanezca a la decisión autónoma de los individuos, o bien es un vicio de la ideología totalitaria, que se manifiesta en el ordenar por ordenar, o bien es el refugio de la incompetencia que, a falta de comprensión del mundo en que se vive, se intenta fabricar otro en el que el déspota se sienta cómodo y seguro. Atrás queda, aunque todavía hay voces que lo pregonan, la última opción de totalitarismo que se fundamenta en que el dictador –y me da igual que hablemos de derechas o de izquierdas– sabe mejor lo que conviene a cada uno de los ciudadanos, que los propios ciudadanos, de aquí que intervenga, que regule, que disponga, que ordene y que prohíba, según su omnisciencia, sobre los particulares de las vidas ciudadanas.

La historia ha demostrado hasta la saciedad el error de considerar la existencia de seres superiores en el mundo de los humanos. No existe ningún proceso de elección que garantice que el elegido es el más inteligente, el más trabajador, el más sabio, el más honesto, el más desprendido, el más hábil y el más transparente en su acción de modo que en él resplandezca siempre la verdad. Ni siquiera en la vieja Grecia, cuna y arranque de la democracia, estaban garantizados tales extremos.

A poco que nos detengamos será fácil concluir que, desde hace ya tiempo, quizá desde sus inicios, el Gobierno del presidente Rodríguez Zapatero carece por completo de la conciencia de dónde está, de para qué está y, mucho menos, hacia dónde va. Está presente, sí, pero su presencia no se relaciona con el marco en el que está llamado a desenvolverse. Refugiado en las minorías para gobernar, vive desconectado de la sociedad, o si prefieren del pueblo, llamado a soportar su acción de gobierno. Bien es verdad que trata de orillar esta situación creando una ficción a la que llama "demanda social" cuando, en el mejor de los casos, es la demanda o el capricho de un puñado de gentes nada representativas, ni por cantidad ni por calidad.

En este sentido, hay demanda social para el desmedido negocio abortista, para entrar en eso que llaman muerte digna, para establecer como obligatoria en los planes de estudio de los escolares una educación sexual que, con buen criterio pedagógico, abarcará tanto las clases teóricas como las prácticas; y porque son demandas sociales, deben ser atendidas por un buen Gobierno con rapidez y eficacia. No hay demanda social de empleo, no hay demanda social de financiación productiva, no hay demanda social de la dignidad que todo ciudadano aspira a ostentar por su pertenencia nacional, no hay demanda social de orden jurídico, no hay demanda social para no ser engañado, etc. Por eso, el Gobierno de la Nación no tiene que preocuparse por tales cuestiones que no preocupan a nadie. Que el señor Trichet utiliza la referencia a España como el modelo elocuente de lo que no se debe hacer, es porque carece de información; no sabe de qué habla. Que Standard & Poors advierte de que tendrá que rebajar el índice de garantía de la deuda pública española, es porque tiene intereses ajenos a nuestros intereses nacionales. Y si el mundo no es así, se le hace así, para sacarle del error; para eso están las leyes.

Al fin y a la postre, el Gobierno está constituido por seres excepcionales, superdotados, capaces de ver lo que otros no ven, capaces de saber lo que otros no saben, hasta el punto de que, no siendo yo mismo –y usted querido lector– capaz de saber qué es lo que quiero, qué proyecto quiero para mi vida, hacia dónde quiero encaminarme, puedo ponerme en camino porque el déspota dirigista me marcará el por dónde y el qué de aquello que yo ignoro. Sólo la arrogancia, unida al ansia desmedida de poder y de dominio, son las que pueden acoger semejante despropósito. La necedad de la pretensión se desmoronaría si recordaran por un instante su propia extracción, su nivel intelectual, su honestidad política. Pero para eso, tampoco les llega la capacidad.

¿Dónde termina todo esto? En el único lugar donde puede terminar, en el dirigismo como semblante del dogmatismo jurídico: lo que el déspota dice que es justo es lo único que es justo; lo que dice que es bueno, es lo único que conviene; si dice que no hay crisis, es que no hay crisis; si dice que saldremos de ella de forma inminente, es que mañana ya no estaremos en ella. La historia es bien elocuente: Hitler todavía ganaba la Segunda Guerra, en la víspera de su suicidio; la Unión Soviética era una gran potencia hasta el mismo momento de la hecatombe; el lema de "no pasarán" se repetía al tiempo que el Gobierno republicano español se encaminaba al exilio; no hay persona más feliz que un cubano en el régimen castrista; el pueblo venezolano adora a Chávez. Tópicos que tratan de representar construcciones ficticias y fantasiosas.

Pues bien, prepárense ustedes porque Moncloa se ha hartado de no entender eso del mercado y ha encontrado como única solución sustituirlo por la planificación, es decir por el dirigismo. Sí, ya sé que es difícil de entender, ya sé que es retroceder a la España de los años sesenta, aunque mucho me temo que, a la vista de la tropa de que disponemos hoy, los resultados de la planificación serán más caóticos de lo que pudieron ser los de aquel momento. Entonces hubo personas de gran competencia profesional, de la que carecen los protagonistas de hoy. Pero cuando todo el mundo te critica, cuando nadie cree en ti, cuando nadie confía en lo que prometes, la solución es cambiar el mundo para poder seguir sin hacer lo que nunca hiciste, y poder seguir haciendo lo que siempre has hecho: vivir, no se sabe de qué.

Lo malo es que la economía posee una crueldad extrema: si no hay nada para comer, se pasa hambre. Y podrán hablar, para distraer, de las virtudes de una dieta hipocalórica y con escasez de proteínas, pero mucho me temo que no van a convencer a quien está pasando hambre. La satisfacción quedará reducida a los burócratas del dirigismo, a los que quieren que hagamos lo que ellos deciden que hagamos, a los que nos asfixian con sus mandatos y sus prohibiciones, pero, de hecho, son los únicos que cuentan; los demás no existimos más que como meros contribuyentes sacrificados para que puedan despilfarrar los necios dirigistas. Así son las cosas, y no lo son por primera vez. Y se preguntarán que a dónde quieren ir. La respuesta es clara: no lo saben, o mejor, no tienen capacidad para saberlo. Se trata de undirigismo a ninguna parte.

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