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Guerras justas y persecuciones injustas

Tiene razón Obama cuando describe la guerra como el último recurso porque, por muy último que sea, es un recurso. Pero, ¿por qué cuando el concepto se lo apropia la izquierda es heroico y cuando lo aplica la derecha, un crimen?

Anda el progrerío revolucionado tratando de apropiarse del discurso del Nobel Obama sobre la guerra justa. El presidente se dispone además –cambio sustancial– a trasladar los presos de Guantánamo. Pero el concepto de guerra justa lo aplicó Bush, hablando no poco de él. Y los presos lo mismo lo son en el Caribe que en los fríos del Midwest o en la ciudad afgana de Bagram de donde no los saca nadie. Pero este es el lema: si lo hace la derecha es un crimen, si lo hace lo que se define como izquierda, un hecho glorioso.

Pero no basta. Para aniquilar ideológicamente a la derecha hace falta también aparentar conciencia tranquila, presumiendo de superioridad moral. Aquí es donde entra la persecución, bajo máscara jurídica o no, a todo lo que no sea "los suyos".

Blair, expulsado hace tiempo del gremio, acaba de declarar que aunque no hubiera pensado que Saddam tenía armas de destrucción masiva hubiera considerado justo derrocarlo. Lo cual es poco más que una evidencia. No así para el diario Le Monde que acusa al ex primer ministro de obsequioso hacia Bush y de adherirse a las elucubraciones neoconservadoras de la exportación de la democracia con las armas, en detrimento de Afganistán. Un par de dudas: ¿Acaso está haciendo Obama otra cosa en Afganistán que democratizar el país? ¿De dónde procede exactamente tanta animadversión a la expansión de la democracia?

Los medios señalan así a los políticos indecorosos que no tienen derecho a ejercer su política o a los periodistas que discrepan, o sea la derecha (nunca calificada de menos que cavernícola, ¿les suena?). Entran en juego a continuación los jueces-estrella para aplicar la "legalidad internacional". Así, conforme a la legalidad internacional, Milosevic murió de su buena muerte en La Haya tras muchos años de residencia en tan benemérita plaza. Saddam, en cambio, fue ejecutado por sus crímenes tras un juicio breve en su propio país. Desde el punto de vista de la justicia, preferimos lo segundo. Comprendemos que las conciencias demasiado sensibles a los dictadores sanguinarios se queden con lo primero.

Resulta ahora que la ex ministra de exteriores de Israel Tzipi Livni no puede pisar Londres porque un iluminado ha considerado que se le pueden imputar crímenes por la guerra de Gaza, que Israel –que había empezado por ceder el territorio a los que luego acabaron por ser terroristas– se vio obligado a emprender contra Hamás cuyo objetivo es acabar con la entidad sionista, vulgo Israel.

De modo que lo que un día se inventó –la jurisdicción universal– precisamente para lidiar contra los enemigos del género humano y se aplicó quizá por única vez con acierto –contra los nazis– se ha convertido por alguna perversión de la historia en un instrumento para perseguir a los judíos. Plus ça change, el género humano, queremos decir, plus c’est la même chose.

Tiene razón Obama cuando describe la guerra como el último recurso porque, por muy último que sea, es un recurso. Pero, ¿por qué cuando el concepto se lo apropia la izquierda es heroico y cuando lo aplica la derecha, un crimen? Porque un sector del progrerío, muy bien representado en España, renuncia a tolerar a los discrepantes. A eso se le llama discriminación por razón de opinión, repugna la conciencia, está jurídicamente prohibido, es un peligroso atentado a la convivencia –que se lo pregunten a Tertsch– y las personas decentes lo combaten. ¿Hasta cuándo, Catilina?

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