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Ignacio Moncada

Una cumbre gaseosa

Si no está claro el alcance del problema y no se sabe qué es lo que hay que resolver, puede que la ausencia de medidas concretas no sea algo tan malo, después de todo.

Todo el mundo sabe que Zapatero se encuentra cómodo en el discurso vacío, donde pueden hacerse juegos de palabras sin preocuparse por lo que diga la realidad. Sus años de gobierno destacan por haber desplegado todo un repertorio de gestos y de medidas sin contenido, de las que llaman cosméticas. Por eso me resultó irónico el cierre de su discurso en Copenhague, en la Cumbre del Clima: "La Tierra no pertenece a nadie, salvo al viento". Sus asesores y escritores de discursos, estoy casi seguro, le han metido un gol por la escuadra. O tal vez alguien de ellos haya ganado una apuesta a costa del presidente. Porque una cursilería tan sonora es difícil decirla en serio.

Es una ironía, decía, porque gran parte de la acción política de Zapatero es eso: aire. Medidas gaseosas, cortinas de humo, gestos vacíos y discursos etéreos. En Copenhague ha tenido una escasa visibilidad, él, que se considera un paladín del clima. Su presencia ha sido inmaterial y volátil. La cumbre en general tenía unos objetivos invisibles sobre un tema impalpable. El calentamiento global es una disciplina compleja, de gran importancia gaseosa. Los científicos no se ponen de acuerdo sobre las consecuencias reales de la emisión de CO2 a la atmósfera procedente de los combustibles fósiles. No hay que olvidar que los expertos también pueden tener sus propios intereses personales, pues son igual de humanos que los demás. Puede que exista un riesgo de calentamiento global, y que el ser humano tenga que ver en él. Pero se sabe que muchas de las consecuencias que nos han contado, incluyendo brutales subidas del nivel del mar o de las temperaturas en los polos, no están demostradas. Cuando se exagera para llamar la atención –concienciar, creo que es la palabra correcta–, o se presentan datos que no son definitivos como contrastados, es normal que la gente acabe no creyéndose nada.

El caso es que la cumbre se ha cerrado en falso, cosa que no tiene por qué ser mala. Hay mucha gente que pretende vivir de esto sin esfuerzo, y entre ellos abundan los políticos y burócratas insaciables. En ocasiones da la sensación de que los gobernantes reunidos en Copenhague buscan medidas sin preocuparse por sus consecuencias. Muchas de las que se han barajado pueden suponer un retroceso en el bienestar de los ciudadanos, o actuar como un freno ante las aspiraciones de crecimiento de los países en vías de desarrollo. Si no está claro el alcance del problema y no se sabe qué es lo que hay que resolver, puede que la ausencia de medidas concretas no sea algo tan malo, después de todo.

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