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Pío Moa

Reforma y ruptura en la Transición

El PP rajoyano, profundizando en la política claudicante iniciada en la Transición, simplemente va chupando rueda del Gobierno pro terrorista, pro separatista y antidemocrático.

Parece que en algunos medios, también de derecha, se está poniendo de moda culpar de los males políticos actuales al hecho de que la Transición se hubiera realizado por reforma y no por ruptura. Así lo defendían diversas analistas en un coloquio de Intereconomía de hace cosa de un año o, como mucho, defendían la reforma tibiamente y solo "porque no se podía hacer otra cosa". Sin duda estas personas no tenían en cuenta ni la experiencia histórica de la anterior transición, esa sí desastrosa, de la monarquía de Alfonso XIII a la república. Y tampoco tenían en cuenta quiénes eran los rupturistas del postfranquismo: en primer lugar, el héroe de Paracuellos, junto con grupúsculos y personajes variados sin representatividad alguna, desde los abiertamente terroristas o pro terroristas hasta cristianos por el socialismo, separatistas y engendros semejantes, en su mayoría simpatizantes del totalitarismo soviético. En segundo lugar, un PSOE que tuvo la oportunidad de romper con su siniestro pasado y optó, al contrario, por reivindicar, como Carrillo, la herencia del Frente Popular. El nuevo PSOE no se cortaba: lo mismo defendía el "derecho de autodeterminación" que se proclamaba "un partido de clase" y reprochaba a los comunistas ser demasiado moderados, tal como durante el primer período del Frente Popular, cuando Largo Caballero ganaba en radicalismo a la Pasionaria. El PSOE estaba rodeado a su vez de grupos de muy parecido pelaje a los del entorno comunista.

Eso había, en la realidad y dejando aparte la palabrería política, bajo el lema de la ruptura. Unos partidos y personajes que no en vano reivindicaban la supuesta legitimidad del Frente Popular, pues se parecían mucho a aquellos que en 1931 habían creado una república epiléptica para, poco después, hundir la legalidad, sólo a medias democrática, que ellos mismos habían montado, y ocasionar la guerra civil. Tales eran aquellas "fuerzas de la ruptura", cuyo carácter quedó tan de manifiesto con la visita a España de Solzhenitsin. Uno sólo puede sentir escalofríos pensando en lo que habrían hecho estas gentes si no hubieran encontrado el obstáculo de la reforma y cierta consolidación de normas legales. Aun así, apenas llegada la izquierda al poder, o los separatistas en Vascongadas y Cataluña, procedieron a vulnerar sistemáticamente la ley y a convertir la política en el patio de Monipodio que es actualmente. Vienen al recuerdo las frases de Marañón sobre la mezcla de estupidez y canallería del Frente Popular.

Así, la reforma constituyó un freno a las tendencias al parecer irreprimibles de unos partidos y gentes incapaces de aprender de la experiencia histórica, suponiendo que la conozcan siquiera. Un freno que pronto empezó a fallar, como se vio en la contradictoria y peor que mediocre Constitución, donde los rupturistas dejaron su huella, aceptada por unos reformistas que tras su brillante éxito inicial optaron por una línea de claudicaciones, pensando que de ese modo ganaban legitimidad o cosa semejante.

Y ahora está de nuevo en plena marcha la ruptura, resumible gráficamente en la conversión del Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo en chanchullos con los terroristas y separatistas contra las libertades. Mientras el PP rajoyano, profundizando en la política claudicante iniciada en la Transición, simplemente va chupando rueda del Gobierno pro terrorista, pro separatista y antidemocrático. Rupturista, en suma.

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