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Cristina Losada

Qué raros somos los daneses

Ese rigor danés a la hora de aplicar la ley resulta sorprendente en la flexible y tierna España. Nunca trataríamos como a delincuentes a unos chicos que sólo querían llamar la atención sobre la futura catástrofe planetaria. ¡Aún habría que agradecérselo!

Los hay habituados a flotar en la estratosfera de la impunidad. El caso de los miembros de Greenpeace detenidos en Dinamarca se ha hecho digno de enmarcarse. Irrumpieron en una cena oficial para desplegar una pancarta y, por una vez, su acción no les salió gratis. De haber suscrito la broma un pirado carente de unas siglas buenas que le amparasen, no estaríamos escribiendo de ello. El individuo habría dado con sus huesos en la celda sin concitar ni un mísero ritual solidario. Los cargos de allanamiento de morada, suplantación de autoridad pública y falsificación de documentos le habrían caído encima y santas y carcelarias pascuas. La justicia danesa tiene la osadía de tomar la ley en serio y creer que ante ella todos son iguales. Con los militantes ecologistas no hizo excepciones.

Ese rigor danés a la hora de aplicar la ley resulta sorprendente, inaudito y cruel en la flexible y tierna España. Nunca trataríamos como a delincuentes a unos chicos que sólo querían llamar la atención sobre la futura catástrofe planetaria. ¡Aún habría que agradecérselo! Aquí la ley suele mirar a quién. Hay bula para estropicios perpetrados al abrigo de reclamaciones políticas o sindicales. Si unos huelguistas asaltan un edificio oficial y rompen lo que encuentran, que no se le ocurra a un juez condenarlos. Llámate activista y tienes el perdón o el clamor asegurados. Natural, pues, que el director de Greenpeace España mostrara su estupefacción: "En España hemos hecho protestas similares y ni siquiera nos han detenido". Lo extraño es que, en tales ocasiones, no les hicieran sitio en la mesa y les pusieran un cubierto. Ahí se ve cuán demócratas y tolerantes que somos. Un ejemplo para el mundo.

Como el Ministerio de Exteriores. No sólo se aplicó con inusual diligencia a rescatar a losecolosde las garras judiciales de un Estado democrático. Pidió, además, que no mezclaran a los presos verdes con los presos comunes. Según el Gobierno, entonces, hubo en Dinamarca "presos políticos" durante tres semanas. Asombroso. Menos mal que aún quedan diplomáticos. El embajador considera que nada hay que objetar al trato dispensado al cuarteto climático intruso. Resulta que, en aquellas tierras, los jueces no se dejan intimidar, aplican la ley sin mirar a quién y no atienden a las intenciones de los autores de un delito. Sólo al delito. Mira que somos raros los daneses.

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