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EDITORIAL

Chile, una historia de éxito

Si hace 20 años muchos chilenos buscaban en España un ejemplo en el que basarse para realizar su transición, hoy deberíamos ser los españoles quienes nos fijaramos en ellos para reorientar la nuestra.

Lo más importante de las elecciones chilenas no es tanto que Sebastián Piñera haya devuelto el Gobierno a la derecha después de 20 años de hegemonía de la Concertación, sino la constatación de la estabilidad de un sistema democrático que es capaz de digerir transiciones y de no caer en una espiral populista que socave las instituciones al estilo bolivariano.

Como deberíamos saber los españoles, semejante pulcritud democrática y, por encima de algunos detalles importantes, respeto por la libertad y por la economía de mercado es algo muy difícil de mantener. Pero este costoso éxito de Chile en medio del caos y de la descomposición latinoamericana les ha proporcionado sus frutos: hoy no sólo es plenamente un país del Primer Mundo, sino una de las sociedades con mejores perspectivas de futuro.

Nadie, ni el democristiano Frei, ni los socialistas Lagos y Bachelet, ni ahora el liberal-conservador Piñera, se ha atrevido a modificar en lo sustancial el modelo económico chileno, responsable de haber creado una amplia clase media sobre la que asentar la transición desde la dictadura.

En general, las diferencias entre la Concertación y el partido de Piñera, Renovación Nacional, son simples matices; situación propia de una democracia avanzada donde los políticos son lo suficientemente responsables como para no hacer tabla rasa de aquellas instituciones que se ha probado que funcionan. Aún así, es de esperar que la victoria de Piñera impulse una mayor liberalización de la economía después de que Lagos y Bachelet en sus distintos mandatos aprobaran ciertas reformas que en el futuro podrían hacer peligrar el modelo chileno, como una reforma laboral que daba más poder a los sindicatos en las negociaciones colectivas, una ley educativa que aumentaba el poder del Estado sobre los centros privados o la creación de un sistema de seguridad social público paralelo al privado que amenazaba con ir engulléndolo.

El partido de Piñera es muy claro a la hora de defender la libertad educativa como una expresión del derecho de los padres a dar la formación que consideren adecuada para sus hijos, a la hora de defender la propiedad privada y la libre iniciativa empresarial como los fundamentos de la creación de riqueza o a la hora de rechazar todo crecimiento del Estado como un obstáculo para el desarrollo de la sociedad. En sus principios fundacionales es explícito al afirmar que "la doctrina de Marx y Engels es esencialmente totalitaria. No hay compatibilidad posible entre ser marxista y ser demócrata. En definitiva, no existe conciliación posible entre marxismo y libertad".

Todo un mazazo, pues, contra la expansión del imperialismo bolivariano en Sudamérica, que si con la Concertación ya encontraba un muro que le impedía extenderse hacia Chile, con Piñera va a hallar un firme enemigo que tratará de hacerlo retroceder hasta su madriguera.

Sólo cabe esperar ahora que la historia feliz de Chile empiece a exportarse al resto de países del Continente, víctimas de una farsa populista que con todo tipo de recetas estatistas de distinto signo y color político ha terminado por devastar la región.

Pero no convendría tampoco que desde España cayéramos en la trampa de mirar por encima del hombro a Hispanoamérica en general y a Chile en particular. Si hace 20 años muchos chilenos buscaban en España un ejemplo en el que basarse para realizar su transición, hoy deberíamos ser los españoles quienes nos fijaramos en ellos para reorientar la nuestra. Está claro que ellos triunfaron en casi todos los puntos donde nosotros hemos fracasado.

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