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República popular de Massachusetts, tocada

Las elecciones han sido un referéndum sobre el estatalizador proyecto sanitario y en último término sobre su locuaz promotor. Obama tendrá que elegir entre su pragmatismo oportunista y sus simpatías radicales.

La victoria de un republicano en las elecciones especiales del martes 19 para el escaño senatorial que dejó libre la muerte de Ted Kennedy es como la caída del muro de Berlín. A escala, claro está. No de Massachusetts, que lo dejaría en un fenómeno local, sino de los enteros Estados Unidos, que nos conciernen a todos. Temporalmente ya es otro cantar. Si la marcha triunfal de Obama, que iba a sanar los males del universo, comenzó su declinar desde el inicio del pasado verano, el ciclo que ahora comienza podría ser tan efímero como para no llegar a las elecciones del medio mandato del próximo noviembre, si se produjera una muy improbable vigorosa recuperación económica con una perceptible caída del paro, y si los republicanos no supieran aprovechar sus renacidas oportunidades. Pero bien podría, a la inversa, extenderse hasta el 12 y costarle a Obama la reelección.

De momento, la conmiserada arrogancia con la que los liberals se referían a los republicanos, tratándolos como especie en vías de imparable extinción, prodigándoles untuosos consejos para que pudieran sobrevivir como curiosidad histórica, se ha esfumado en el gélido aire de Nueva Inglaterra. Desde fines del otoño, la desazón demócrata ha ido haciéndose cada vez más visible. Están ya resignados a grandes pérdidas en las elecciones de noviembre, y lo que está en juego es si conservan una pequeña mayoría en la Cámara de Representantes, pero ni eso es seguro, a pesar de la gran ventaja actual. Perderla en el Senado es mucho más difícil, porque sólo un tercio entra en liza, pero con lo ocurrido en Massachussetts, volver a recuperar la mayoría que cuenta políticamente, la de 60 sobre 100, queda fuera de todo realismo.

Obama le sacó seis puntos a McCain. Ahora el republicano ha ganado por 4. Victorias cómodas pero en ningún caso aplastantes. Sin embargo, todo es relativo. El estado de los Kennedys es un estado azul muy oscuro, siendo el azul el color de las izquierdas. Los dos senadores, la totalidad de los representantes, el gobernador y las mayorías en ambas cámaras estatales han sido hasta ahora demócratas. Sólo el 12% de los electores se inscriben como republicanos, triplicándolos los demócratas con el 34%. El gran 51% que se proclama independiente levitaba hacia la izquierda, como los resultados han venido demostrando hasta ahora. Su giro le ha dado la victoria a un republicano. La campaña ha sido de un creciente suspense. La gran distancia inicial se ha ido acortando de día en día y sólo en el último las encuestas eran favorables para el candidato de la derecha. Las explicaciones demócratas sobre las insuficiencias de su candidata y los fallos de su campaña son ex post facto, a medida que las cosas han ido viniendo mal dadas. Al principio todo iba a pedir de boca. El hombre de los republicanos no tiene nada de entusiasmante y su propaganda no ha destacado con ningún brillo especial. Pero se ha pronunciado sin ambages en contra el proyecto de reforma sanitaria que constituye la niña mimada de Obama y que exaspera a la mayor parte de los americanos.

Cualquier explicación local es un intento de trivializar los sorprendentes resultados. Se ha tratado de un referéndum sobre el estatalizador proyecto sanitario y en último término sobre su locuaz promotor. La reacción de Obama, que saltó al ruedo y tomó parte en la campaña, de no retroceder un centímetro e intensificar la lucha, parecerá muy valerosa a sus incondicionales, pero indica una sordera respecto al atronador mensaje popular y una disposición doctrinaria a permanecer en el error. Tendrá que elegir entre su pragmatismo oportunista y sus simpatías radicales. De momento ha perdido la indispensable mayoría de 60 senadores para pasar su ley favorita. Si cediendo a presiones, el secretario del estado de Massachusetts osara retener la certificación al ganador hasta después del voto en Washington, para que vote el sustituto provisional de Kennedy, el escándalo nacional sería mayúsculo.

Junto al bloqueo de una ley que significa una gran expansión del estado que contradice los valores americanos y que incrementaría gravemente el déficit en condiciones de crisis, la nueva situación parlamentaria significa también que Obama no va a poder seguir nombrando magistrados izquierdistas en el Supremo cuando se produzcan nuevas vacantes. De esto se habla poco en las campañas pero importa mucho a los electores de uno y otro bando. Otros muchos mitos de la izquierda respecto a su entronque popular se los lleva el ventarrón electoral que sopló en Boston y aledaños. Es la confirmación de un cambio que ya estaba en marcha y al que muy difícilmente se podrá dar la vuelta. 

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