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Obama, es decir, Carter

Obama ha emprendido una agenda superideoligizada basada en su atractivo personal, intentando pasar leyes de relevancia constitucional sin el consenso imprescindible. El pueblo americano detesta esto y se lo está haciendo saber.

Después de la victoria republicana en el feudo de los Kennedy, Obama tiene dos opciones: girar al centro, o seguir a Carter en la lista de presidentes de un solo mandato.

Explicó así la derrota a la ABC: "debió prestar más atención a presentar el mensaje en lugar de quedarse a solas trabajando para el pueblo en la Casa Blanca". ¿Perdón? Si tiene el don de la ubicuidad: centenares de discursos, decenas de entrevistas. El problema no es la desmesura del gasto, ni el rechazo a su plan de encomendar la sanidad al poder público, ni el denominado paquete de estímulo ("¿Qué es lo que creen que es estimular?", preguntó, "es gastar"), ni su incapacidad para mejorar la seguridad o avanzar en la guerra contra el terrorismo. No, el problema es que la gente no "pilla" lo bueno que es.

Hay más: lo que ha llevado a Brown al Senado es la misma frustración sobre el país que le llevó a él, Obama, a la presidencia. O sea: la gente de Massachusetts ha votado por un candidato conservador después de 47 años de Teddy Kennedy y de más de treinta desde la última vez que salió elegido un republicano, porque están enfadados...¿con George W. Bush? He aquí lo que Rudy Giuliani ha calificado de "tortuosa explicación".

Todavía tiene la oportunidad de "pillarlo" en el discurso sobre el estado de la Unión, esta semana, pero no tantas más; las elecciones parciales del Congreso son en noviembre.

Pero por ahí no parecen ir los tiros. En el pueblo de Elyria, en el sintomático estado de Ohio, que suele dar el ganador de las elecciones presidenciales –la América profunda, vaya– el presidente seguía insistiendo en su caballo de batalla sanitario, tocado, más bien hundido, en las encuestas.

Condescendiente ante lo que no es establishment político-mediático, Obama se ha empeñado en perder confianza y poder.

La idea sigue siendo sacar una ley financiera de la sanidad, como sea. Lo contrario de Clinton en 1994 cuando hizo su viaje al centro frente a un Congreso republicano que no le dejó pasar sus iniciativas, digamos, más audaces. El resultado: un presupuesto equilibrado, intervenciones exteriores atinadas, la reforma del Estado de Bienestar responsabilizando a los beneficiados y... dos mandatos. Pero, no, Obama es más listo.

Ha emprendido una agenda superideoligizada basada en su atractivo personal, intentando pasar leyes de relevancia constitucional sin el consenso imprescindible. El pueblo americano detesta esto y se lo está haciendo saber.

Si sigue sin "pillarlo" no sólo perderá las elecciones parlamentarias; acabará como Carter. Próxima parada, una presidencia a lo Reagan, que fue quien le sucedió. Bien pensado, Obama, no cambies.

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