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¿Guerra buena o despótica?

La diferencia sustancial en todo este tinglado es la desaparición de la ecuación de George W. Bush. Ahora todos pueden hacer lo mismo, pero siempre que den la impresión de ser exactamente lo contrario.

Distinguir la guerra buena, Afganistán, de la guerra mala, Irak, se ha convertido en sinónimo de evidencia. Hay que abandonar esa distinción, tan falsa como absurda. Irak fue una guerra que se está ganando por decirle a la gente la verdad del incremento de tropas. ¿Pasará lo mismo con Afganistán, o dominará la tendencia despótica de callar lo que molesta?

Las noticias que aparecen estos días sobre Afganistán son confusas. Por una parte, la prensa que apoyó con denuedo la derrota americana –y por tanto occidental– en Irak está interesada en solucionarlo todo en una negociación de cesión a terroristas y talibán, y en hablar de solución no militar. De ahí la insistencia en la recaudación de fondos en la Conferencia, en la retirada de la lista de terroristas de la ONU (¿alguien recuerda alguna lista antiterrorista eficaz de la ONU?), la fijación de una fecha para la retirada de las tropas y la lucha contra la corrupción con que se identifica a Karzai. Por ejemplo, cuando uno oye al representante saliente de la ONU decir que: "El incremento de tropas no debe minar los objetivos civiles que son igualmente importantes. Ni la elaboración de una estrategia de tendencia dominante política", lo que entiende es: retirada a la vista y apaciguamiento.

Y, sin embargo, no está tan claro. Alemania acaba de anunciar que enviará 850 soldados más. Francia estaba esperando el anuncio para decidir mandar unos 650. España ya adelantó hace tiempo que serían 511 adicionales, sin debate ni discusión alguna, como le gustan las cosas a Chacón.

 
Poco se puede decir de Obama, pero resultaría extraño que quienes participaron en el exitoso "surge" de Irak (Petraeus, McChrystal y Gates) hubieran aceptado hacer lo contrario en Afganistán. La propaganda es otra cosa. La misma Alemania que hoy anuncia un aumento de casi mil soldados lo hace con un 79% de opiniones contrarias a un refuerzo de tropas en Afganistán, y sobre el telón de fondo de un supuesto error bélico de soldados alemanes que costó vidas de civiles, sobre el tortuoso pasado del ejército alemán, y sobre una retahíla de barbaridades y mentiras acerca de la "guerra de Bush". Tras ocho años atizando en toda Europa el sentimiento anti-guerra, como para no fijar una fecha de retirada.

 
No se trata principalmente de discutir la decisión de echarle agua al vino a la estrategia similar a la que Bush hizo funcionar en Irak, sino de subrayar el despotismo de nuestro tiempo que se ve obligado a vestir las guerras con el color que se lleva en la opinión pública. Color que, por otras razones –en España, electorales- se ha cultivado. Es la única manera "progre" de hacer la guerra de Bush: dar la impresión de que es otra cosa.

Es decir, la diferencia sustancial en todo este tinglado es la desaparición de la ecuación de George W. Bush. Ahora todos pueden hacer lo mismo, pero siempre que den la impresión de ser exactamente lo contrario.

El problema es que la mentira y el despotismo son incompatibles con la democracia.

 
Así, se va a oír hablar de contribuciones financieras, estrategias no militares, de embajadores que no creen en las misiones militares y que filtran telegramas diciendo que enviar más tropas es contraproducente porque los afganos no se hacen cargo de su seguridad, de negociaciones con talibán moderados, de que la victoria es una retirada a tiempo...

Lo cierto es que, de momento, a pesar de la ambigüedad del mensaje y de lo inaceptable de la opción negociadora, Occidente está intentando ganar en Afganistán, pero sin que se note demasiado. Algunos tendrán que combatir, pero hay otros obsesionados con ganar elecciones.


Estos equilibrios de los que se creen más listos que nadie, los carga el diablo. Es muy dudoso que un desembarco de Normandía –así sin mucha convicción y en plan tranquilo, mientras se negocia con losnazis recuperables–, hubiese acabado en victoria. Respetar a los que van a morir y a los que van a votar es una exigencia moral ineludible y ello obliga a decirles la verdad. Aunque eso signifique demostrar que Bush era quien lo hacía, mientras "progresistas" de todos los pelajes en los medios y en la política estaban empeñados en ganar elecciones. Como sea.

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