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Ignacio Moncada

La piedra que ahuyentó la depresión económica

Los políticos han demostrado que la mejor estrategia para que el Estado se expanda es advertir que la alternativa sería una catástrofe. Y hemos picado.

Homer Simpson sería el ciudadano ideal para cualquier dirigente político. David Gistau recordaba en El Mundo un capítulo en el que el alcalde de Springfield pone en marcha una patrulla anti osos para que el pueblo se sienta más seguro. Homer sale de su casa una mañana, satisfecho de no ver osos por las calles. Su hija Lisa, más inteligente que su padre pese a tener ocho años, trata de sacarle de su complacencia: "Según ese razonamiento, esta piedra ahuyenta los tigres". "¿Y cómo funciona?", replica curioso Homer. "No funciona. Es sólo una estúpida piedra. Pero, ¿ves algún tigre por aquí?", contesta Lisa. Homer saca de la cartera un fajo de billetes y los esgrime con aire convencido: "Lisa, quiero comprarte esa piedra".

Me venía esa secuencia a la cabeza al escuchar el discurso de Barack Obama en el debate del estado de la Unión. Decía que si el Gobierno no hubiera subido tanto el gasto público ahora el paro sería el doble, se habrían destruido muchas más empresas y el país se encontraría sumido en una honda depresión económica. Esta clase de declaraciones no se circunscribe al Gobierno americano. Es un tic generalizando en toda la clase política occidental. Incluso en la española, pese a que nuestras cifras económicas son propias de un país en depresión, con casi un 20% de paro, un 11% de déficit público y una contracción del PIB del 4%.

El caso es que nunca sabremos si la afirmación de Obama es cierta, pues todo lo que pudo ser y no fue ya entra en el campo de la ficción. Es posible que tenga razón, que en ausencia de intervención política la economía estuviera peor. Pero tampoco es descabellado pensar que si no se hubiera ampliado el enorme agujero financiero del Estado, o éste no hubiera acaparado la casi totalidad del crédito disponible, podríamos estar mejor que ahora. La realidad que se oculta tras la elaborada oratoria de la clase política no es otra que la permanente pretensión de aumentar su poder económico. Y esta vez se han salido con la suya. Han demostrado que la mejor estrategia para que el Estado se expanda es advertir que la alternativa sería una catástrofe. Y hemos picado.

The Economist publicaba un reportaje escalofriante sobre el crecimiento del tamaño del Estado durante los últimos años en las principales potencias económicas. El Gobierno de Francia, por ejemplo, tiene en sus manos el 55% del PIB de su país; el Reino Unido, cuyo gasto público en el año 2000 era del 36% de la producción nacional, ha pasado al 53%. El Gobierno de Estados Unidos, para muchos referencia de país poco intervencionista, ha visto crecer su Estado hasta acaparar un 42% de lo que producen sus empresas y trabajadores. Estas cifras son una radiografía del triunfo del estado sobre la libertad de los ciudadanos; de la fagocitación de una porción mayor de nuestra economía.

Los ciudadanos hemos actuado como Homer Simpson. Nos han enseñado una piedra y nos han dicho: "Esto ahuyenta la depresión económica". Nos han convencido de que estaríamos mucho peor sin la estúpida roca de Lisa, y nos hemos abalanzado a sacar el dinero de la cartera. Pero a la hora de la verdad nos hemos quedado con la cartera vacía, y sumidos en una crisis económica que por ha venido para quedarse.

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