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José Antonio Martínez-Abarca

Contento hacia el fin

El campeón del paro ni cambia sus prejuicios ideológicos ni los disuelve: los reafirma. Es la constante del progresismo y su superstición fundamental.

Creo al presidente Rodríguez cuando dice que no hay en realidad un cambio de rumbo en la política económica del Gobierno contra la crisis. ¿Qué cambio de rumbo? Yo, contra el exceso de vista de muchos (que dicen que la realidad del planeta ha bajado al líder español a la tierra, como demuestran sus "recientes medidas"), no he visto nada de nada, por no ver, ni la famosa improvisación. El único rumbo de alguien como el presidente del Gobierno es el del progreso sostenible del género humano hacia la luz: si la próxima parada es el precipicio, peor para el precipicio por estar donde no debe. Peor para el planeta si no le acompaña en su misión. Peor para el país por no haber estado a la altura de su amplitud de proyectos. Merecemos perecer o ser esclavos, como decía Hitler cuando la fiesta se le acabó a su vez. Zapatero no se querrá despertar nunca del optimismo, que ha cogido velocidad ya hasta el destarife final, porque entonces descubriría con cuarenta y cinco años de retraso que se han acabado las vacaciones, ya es por la mañana y que hay que ir al cole.

El proceso mental de Rodríguez Zapatero me recuerda esa anécdota que me contó un miembro del PCE de un pueblo perdido de la celtiberia profunda, donde no había medios para subsistir como opción política y fue un propio desde la central provincial a ver cómo se podía abordar la adaptación a los nuevos tiempos. "¿Qué?", le dijeron los simpatizantes del pueblo, "¿cambiamos esto o disolvemos esto?". Y el propio, muy digno: "El partido comunista ni cambia ni se disuelve. El Partido Comunista siempre se reafirma". El campeón del paro ni cambia sus prejuicios ideológicos ni los disuelve: los reafirma. Es la constante del progresismo y su superstición fundamental: como la Historia tiene un sentido lineal, en perpetua dirección hacia la felicidad, de aquí nadie se baja y menos él, ahora que viene lo mejor. O lo peor. Qué más da, si todo es discutido y discutible.

Rodríguez Zapatero no cambiará en realidad nada, ni siquiera su imaginario heroico de universitario sedente, y luego de trabajador en grado de tentativa, que le proporcionaron los versos instantáneamente anacrónicos de Gamoneda ("he dicho", decía, "que el mejor poema que he leído es..." uno de mineros grisáceos en un trenecito) por una adaptación a la economía global posterior a la invención de la máquina de vapor. Cuando se va tan en cuesta abajo, el mínimo cambio de rumbo sólo permite estamparse antes.

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