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Gina Montaner

Ciudad Juárez, apocalíptica

En medio de la guerra sin cuartel contra los zares del crimen organizado, reconocidos intelectuales como Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes abogan por la despenalización de las drogas. Sería una medida que facilitaría la salida de este túnel negro.

Los muertos en Ciudad Juárez se multiplican por día y nadie es capaz de detener estas matanzas más propias de un filme gore. Los asesinatos impunes en la ciudad mexicana se vienen sucediendo desde hace años, pero la espiral de violencia ha adquirido una velocidad de desenfreno que parece imparable.

El presidente Felipe Calderón ha visitado esta zona fronteriza con Estados Unidos, y lo ha hecho blindado y acompañado de un numeroso séquito porque es consciente de que allí la vida no vale nada. Después de la masacre, el pasado 30 de enero, de 16 jóvenes que se divertían en una fiesta, clamaba al cielo la presencia de las autoridades para apaciguar los ánimos de los familiares y los ciudadanos que viven con el terror metido en el cuerpo. Nadie sabe en Ciudad Juárez cuándo caerá fulminado por las ejecuciones sumarias de los narcotraficantes o los tiroteos indiscriminados que estallan en los zaguanes.

En el 2008 se contabilizaron 2.600 muertes violentas en ese municipio y en un solo día se han llegado a cometer 65 asesinatos. Se trata de una situación pavorosa y la gente pide a las entidades internacionales que los salven de un escenario que se asemeja a una guerra, pero sin saber a ciencia cierta dónde está el enemigo y cuántos inocentes pagarán por el próximo ajuste de cuentas. Es frecuente que los sicarios irrumpan en los centros de desintoxicación para acribillar a docenas de drogadictos. Tal vez se trata de los mismos infelices a los que los carteles les suministran los estupefacientes que tarde o temprano habrían segado sus desgraciadas vidas.

Y es en Ciudad Juárez donde desde hace tiempo aparecen en las zanjas los cadáveres mutilados de mujeres desaparecidas. Muchachas que nunca llegaron a sus casas. Chicas extraviadas que no pudieron encontrar el camino de regreso antes de que la mano negra de sus verdugos acabara con ellas.

El Gobierno ha enviado refuerzos con 10.000 policías y militares para intentar contener esta hemorragia que está deshaciendo los cimientos de la sociedad juarense. Sin embargo, el sentimiento popular es de frustración, convencidos de que la guerra está perdida contra un adversario invisible pero peligroso. El presidente recorre las calles amparado por un despliegue de seguridad digno de una producción de Hollywood, pero los lugareños saben que cuando la comitiva se marche estarán de nuevo al sereno y sin escapularios suficientes para protegerlos del vendaval de delincuencia.

Ciudad Juárez se desangra y sus habitantes caminan sigilosos, a la espera de un tiro de gracia, una fosa común o un ajusticiamiento en la noche. Poco o nada pueden hacer por ellos la administración y sus tropas especiales. Por eso al jefe de Estado lo reciben con pancartas hirientes, las madres de los muertos le dan la espalda y no son pocos los que exigen su dimisión. Son los inevitables gestos de frustración y la certeza de que la promesa de más puestos de trabajo y el impulso de una economía maltrecha no van a acabar con el inmenso poder de los capos y su capacidad para sobornar a las instituciones.

En medio de la guerra sin cuartel contra los zares del crimen organizado, reconocidos intelectuales como Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes abogan por la despenalización de las drogas. Sería, seguramente, una medida que facilitaría la salida de este túnel negro. Pero se trata de una propuesta poco atractiva para los políticos, siempre sujetos a agendas electoralistas. Entretanto, Ciudad Juárez vive en permanente estado de emergencia y sitiada por la muerte.

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