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David Jiménez Torres

Estado y electoralismo

La solución al impasse actual causado por el electoralismo no se encuentra en el lado de los políticos sino en el de los ciudadanos, siempre y cuando éstos sean muy activos y muy exigentes.

Hay un problema con todas estas llamadas a los pactos de Estado, a la razón de Estado, y, sobre todo, a los hombres de Estado. El estadismo ya no existe, ya murió; quizás junto a las ideologías, quizás algo después, probablemente mucho antes. En la política no existe más que electoralismo; ambos términos son ya sinónimos. Ante la campaña publicitaria del PSOE de las últimas elecciones generales, en la que aparecía Zapatero sonriente, sin mirar al objetivo y con multitud de eslóganes más propios de póster motivacional de gimnasio, decían expertos en publicidad que era como si vendiera un estilo de vida, como si fuera un anuncio de Coca-Cola. En eso estamos, y no en las reuniones de medianoche con las mangas de camisa remangadas y el humo de cigarros ahogando la luz de una desnuda bombilla.

Evidencia esta situación el debate suscitado por las declaraciones del Rey de la semana pasada, proseguido este miércoles en las Cortes, y que seguramente vivirá una plácida agonía en la comisión anunciada por Zapatero. Nadie quiere pactar porque teme más por su partido que por España. El primero, el hombre de la Coca-Cola, que en vez de agachar la cabeza y admitir sus fallos y pedir a la oposición a la que tanto ha ninguneado y tratado de marginar que le ayude, ha propuesto una finta de tentativa de posibilidad de pacto en la que deja claro que sólo desea conseguir oxígeno político. Pedazo de plan, debe de pensar Rajoy; aunque no nos sorprende del hombre que antepuso el cálculo electoral a la razón de Estado en el tema del Estatut, en la forma de afrontar la crisis... Difícil reprocharle al líder de la oposición que ante un uso tan descarado de electoralismo, él también se refugie en la razón de Partido.

Estadismo es que el emperador esté desnudo porque le ha regalado su vestimenta al pueblo, para que coja algo de calor. Electoralismo es que emperadores, príncipes, visires y viceayudantes de paje estén todos en cueros y para disimular señalen a la multitud la desnudez del que está al lado. Así Zapatero y Rajoy en el Congreso este miércoles, acusándose mutuamente de no proteger más que los intereses de su partido. Así la imposibilidad de un pacto de Estado para sacar a España de la crisis.

La salida de esto no pasa por desesperarnos ante la irresponsabilidad de nuestra casta gobernante, por ansiar una vuelta a una mitificada Política seria y responsable, sino por aceptar las nuevas reglas políticas y usarlas a favor de los ciudadanos. No en volver a los líderes de antaño sino en moldear a los del futuro. En Estados Unidos el electoralismo impone sus repelentes reglas bastante más que aquí; pesan más los asesores de maquillaje que los de ideas, y se formulan políticas y posturas sobre la base de las necesidades y los intereses de los estados y condados clave para ganar unas elecciones. Pero ahí funciona el otro lado de la ecuación, o sea, los ciudadanos. El electorado es muy exigente y no tiene miedo de pasar factura a sus dirigentes cuando éstos le decepcionan; ahí está el difícil momento político de Obama, a un año escaso de su mesiánica llegada al poder. Así es como se progresa en un sistema político en que impera el huero electoralismo: cuando los votantes reclaman cosas buenas y razonables, y están dispuestos a pasar factura a los políticos si no se las otorgan, éstos corren a ofrecerlas. Eso, o se les castiga pero que muy duramente en las próximas elecciones; para que aprendan.

La solución al impasse actual causado por el electoralismo no se encuentra en el lado de los políticos sino en el de los ciudadanos, siempre y cuando éstos sean muy activos y muy exigentes. La razón de Estado no saldrá de ellos, sino de nosotros. Tendremos buenos señores cuando seamos buenos vasallos.

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