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José García Domínguez

La "rebelión" de la Naturaleza

Nunca igual que ahora, en el mismo instante crepuscular de la Modernidad, se había alcanzado tal punto de inflexión en la idiocia emocional de algunas sociedades occidentales.

Con la prodigalidad tipográfica propia de los grandes acontecimientos, un diario que se pretende ilustrado, El Mundo por más señas, viene de titular así la aleatoria coincidencia del terremoto chileno y esa severa tormenta que acaba de asolar Francia: "La rebelión global de la Naturaleza". Bueno –se me dirá–, apenas una licencia algo tremendista con tal de dar salida al papel en tiempos de zozobra mercantil. Sí, claro que algo de eso ha de haber. Aunque también, y sobre todo, el epigrama constituye otra prueba de que las metáforas periodísticas las carga el inconsciente –más o menos– colectivo. Ya lo auguró el viejo Chesterton con lúcido sarcasmo: "Lo malo de que los hombres hayan dejado de creer en Dios no es que ya no crean en nada, sino que ahora están dispuestos a creerse cualquier cosa".

Es sabido, Hitler diseñó con muy extremo mimo las autopistas del Tercer Reich a fin de obedecer al sacro orden ecológico alumbrado por los dioses del Paisaje. Y el arquitecto que ingenió la Gran Muralla China se suicidaría persuadido de que los cimientos de su obra habían segado las venas de la Tierra. Pero nunca igual que ahora, en el mismo instante crepuscular de la Modernidad, se había alcanzado tal punto de inflexión en la idiocia emocional de algunas sociedades occidentales. Una tara que se exterioriza con la acelerada regresión a los orígenes de la especie, ese viaje de vuelta al animismo que dejan entrever enunciados como el que nos alerta de la inminente desafección política de valles, montañas, mares, ríos, alcornoques, belloteros, melones y sandías.

¿Inocua retórica panteísta para exclusivo consumo de acéfalos new age? ¿Empalagosa sensiblería kitsch sin mayor trascendencia fáctica? Explíquenselo a las viudas de los cinco bomberos catalanes que tuvieron que poner en juego –y perder– sus preciosas e irremplazables vidas por culpa de un simple y estúpido bosque. Porque si hasta los estertores mismos del siglo XX, la Historia, así con mayúscula solemnidad, dispuso de su propio Comité Central, el que condenaba o absolvía a los humanos según soberano e inapelable designio, ahora, su altar vació vienen a ocuparlo todas las máscaras posibles de la Pachamama. He ahí los Na´vi de Avatar, diseñando ya las portadas de la prensa madrileña.

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