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Agapito Maestre

Chávez y Zapatero

Ni Chávez ni Zapatero distinguen con precisión hasta dónde llega la jurisdicción del Gobierno y la del partido en el poder y, por supuesto, identifican Gobierno y Estado.

Chaves, el vicepresidente tercero del Gobierno, dice que no hay diferencias entre lo mantenido por Zapatero y Moratinos por un lado, y lo declarado por Hugo Chávez Frías por otro. Quizá tenga razón. Así es de cruel la política española. ¿Acaso todo quede explicado por las formas desmesuradas del venezolano? Seguramente, Chaves esté diciendo la verdad: las diferencias entre los dos gobiernos sean mínimas. La democracia española es tan débil que ya empieza a resultar difícil diferenciarla de sistemas dictatoriales, especialmente cuando nos referimos a las formas retóricas de ejercer el poder.

Las retóricas del engaño y la mentira de Zapatero y Moratinos empiezan a ser más peligrosas, por ejemplo, que las bravuconadas de Hugo Chávez Frías. ¿O acaso cree alguien más a Moratinos que a Chávez sobre el asunto de la colaboración de Venezuela con ETA? Sospecho que nadie en su sano juicio concederá más verosimilitud a las declaraciones de Moratinos que a las afirmaciones de Chávez. En cualquier caso, las diferencias entre los gobernantes de Venezuela y de España no son tantas como algunos pretenden hacernos creer. Los parecidos dan miedo, pero es menester recordarlos. Sólo así nuestras deficiencias democráticas, por decirlo con dejadez politológica, pudieran llegar a corregirse. O sea, es menester comparar regímenes políticos para mejorar y, sobre todo, es decisivo comparar a nuestros gobernantes con los de Venezuela.

Comencemos por los más importantes. Es menester escribir sobre los parecidos y las diferencias entre Chávez y Zapatero. Los dos han sido elegidos con procedimientos similares. Los dos mandan sin apenas oposición. Los dos ejercen el poder con desmesura: la palabrería de uno es compatible con la perversidad de las decisiones del otro. Además, según dicen sus biógrafos, los dos son vengativos, perseverantes en el mal y persiguen a los adversarios hasta hacerlos enemigos del Estado, de su Gobierno y de su partido. En realidad, ninguno de los dos insiste en distinguir con precisión hasta dónde llega la jurisdicción del Gobierno y la del partido en el poder y, por supuesto, identifican Gobierno y Estado.

Recurren permanentemente a motivos, o sea, a factores contingentes y, hasta cierto punto, irracionales para justificar su poder: "Hemos sido elegido por el pueblo a través de las urnas". Su principal forma de legitimación procede, en efecto, de haber sido elegidos por la mitad más uno de los electores. La democracia no es más que una regla aritmética. Lo otro es un añadido. Asunto menor. Para esta gente apenas si tiene alguna importancia la legitimación por su ejercicio racional del poder, es decir, nunca apelan de forma directa a sus "políticas" para resolver problemas, por ejemplo, desempleo, crisis económica, etcétera.

La manipulación de las instituciones democráticas es, obviamente, distinta en Venezuela y en España, pero la manipulación como forma determinante de ejercer el poder los equipara en maldad. Su peor obsesión, en realidad, toda la "justificación" de su poder es reducir a los ciudadanos a grandes panzas. Es la negación de la política, es decir, de la participación de los ciudadanos en la resolución de problemas, su mayor objetivo. "Política", sí, para esta gente es lo que impone el partido. Nunca es un bien común que alcanzamos a partir de la confrontación de posiciones diferentes.

Claro que hay diferencias. Cómo no distinguir entre el "expropiese" de Chávez y las leyes sectarias de Zapatero, por ejemplo, las dedicadas a la memoria histórica, la educación para la ciudadanía, la de los matrimonios homosexuales, la del aborto y otras similares dedicadas a eliminar costumbres, tradiciones e ideas y, por lo tanto, a imponer un determinado tipo sociedad sometida a los dictados del Estado. No obstante, dirán algunos votantes socialistas, contradiciendo al presidente del PSOE, hay más diferencias entre Chávez y Zapatero. El primero negocia con los terroristas a todas horas y cuando le da la gana, mientras que el segundo lo oculta o, sencillamente, enmascara su acción con una "orden" o declaración surgida de su mayoría en el Congreso de los Diputados.

Chávez y Zapatero tienen, pues, más cosas en común que diferencias, incluso comparten circunstancias sociales parecidas. No crean que la sociedad española, por poner un ejemplo, es muchísimo más ilustrada, o más civilizada, desde el punto de vista político y de los medios de comunicación, que la venezolana... Sobre los "gentíos", plebes y "hombres-masa", puestos a la moda por comportamientos como el del actor Willy Toledo, que determinan estas sociedades hay materiales para aburrir. A pesar de todo, ya sé, cómo no lo voy a saber, que hay distancias significativas entre esas sociedades. Eso es obvio, pero las distancias y, sobre todo, los parecidos son menos de las que imaginan y, a veces, a favor del país caribeño. Por no decir nada de las diferencias en el "manejo" de los medios de comunicación... ¿O es acaso alguien duda de que Zapatero es infinitamente más refinado y perverso en esta materia que Chávez?

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