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Serafín Fanjul

Piratas sin freno

Uno quiere mantener la racionalidad y la calma antes de empezar a pensar en connivencias a gran escala. Se puede ir a la luna y no se puede detectar y trincar a cuatro zarrapastrosos muertos de hambre… ¡Venga ya!

El Emden en la Primera Guerra Mundial y el Atlantis en la Segunda fueron algunos de los buques corsarios alemanes que interfirieron con éxito, durante meses y hasta años, el tráfico marítimo de los Aliados en el Océano Índico. Pese a lo poco desarrollado en la época (en ambas contiendas) de los sistemas de detección, seguimiento y persecución, todos los corsarios alemanes acabaron sucumbiendo bajo los cañones de la Royal Navy, dejando tras sí una estela heroica y romántica admirada por sus propios enemigos: se respetaba a tripulantes y pasajeros, sólo se incautaba la carga con alguna utilidad bélica y nada más se hundían los barcos con bandera de naciones en guerra con Alemania. Todo caballeresco e inimaginable hoy en día o, incluso, en otros escenarios bélicos de ambos conflictos mundiales.

El desarrollo de las técnicas de navegación, cartográficas, de radares, bombardeo, etc. terminó con tales comportamientos versallescos. A partir de la segunda mitad de 1942, los mismos submarinos alemanes pasaron de cazadores a cazados y se cerró una página de la guerra en el mar. Por eso, a un profano en todas esas materias, aunque con capacidad de observación y reflexión, le resulta inadmisible cuanto está sucediendo en una enorme zona del Índico comprendida entre el cuerno de África y Madagascar que llega hasta las islas Seychelles, incluyendo las costas de Somalia, Kenya y Tanzania. El hombre corriente, que puede ser pescador de altura o simple consumidor de atún enlatado, no entiende que cientos de barcos pesqueros, cargueros o turísticos sean asaltados y secuestrados por piratas. A estas fechas.

Y la pregunta inmediata que se formula es: ¿Tan difícil resulta cortar de raíz esta delincuencia en agua internacionales? Arrasar sus bases en tierra, apresar a los barcos nodriza de donde parten en alta mar los criminales y hundir cuanta embarcación se comprueba participa en el crimen organizado, amén de empurar debidamente a los abogados y oficinas mafiosas que desde Londres dirigen los asaltos y las "negociaciones" de rescate, ¿constituye una hazaña ímproba, irrealizable para Estados modernos como Francia, España, Japón, Rusia, Corea implicados directamente como víctimas, u otros más alejados del problema, sólo en teoría, como Estados Unidos, Inglaterra o Alemania? ¿Tan difícil es?

Cuesta creer que no se pueda llegar a un acuerdo internacional que erradique a las bandas de salteadores y venza el goteo de horrores padecido por tripulaciones y pasaje (paradigmático el caso de las mujeres apresadas en el barco ucraniano con que contactaron los del Alakrana). Y no todos los gobiernos afectados –o que deberían sentirse tales– son el de Rodríguez, especialista en fugas, rendiciones preventivas y alegres bajadas de nuestros pantalones. Uno quiere mantener la racionalidad y la calma antes de empezar a pensar en connivencias a gran escala, comisiones y esas cosas tan feas que demasiadas veces asoman en las altas esferas de Occidente. Se puede ir a la luna y no se puede detectar y trincar a cuatro zarrapastrosos muertos de hambre... ¡Venga ya!

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