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Pablo Molina

Los calzoncillos del felipismo

Durante el felipismo trincaba todo el mundo, dentro del Partido Socialista me refiero, y el que no se enriquecía de la noche a la mañana o trataba de ser honrado era señalado por sus compañeros como un esquirol.

Luis Roldán es una excelente materia de estudio para que las jóvenes generaciones de españoles conozcan cómo funcionaba el Gobierno de nuestro país en los primeros años noventa. Los últimos gabinetes de Felipe González Márquez, líder proletario que ahora anda aconsejando a multimillonarios, construyéndose casoplones en la morisma y dando lecciones de ética, no robaron más porque no tuvieron más dinero público a su alcance. En esa época trincaba todo el mundo, dentro del Partido Socialista me refiero, y el que no se enriquecía de la noche a la mañana o trataba de ser honrado era señalado por sus compañeros como un esquirol y obligado a abandonar la política para no dar mal ejemplo. El principal ministro de Hacienda del felipismo, Carlos Solchaga, llegó a decir que España era el país en el que más rápido podía uno enriquecerse y sus compañeros de partido se emplearon a fondo para no dejarlo por embustero. Mientras tanto, el ministro de infraestructuras, un tal José Borrell, aparecía en la televisión pública suplicando a los empresarios que, por el amor de Dios, no corrompieran más a los altos cargos del partido de los cien años de honradez. Terminó defenestrado, claro.

Al socaire de la Exposición Universal de Sevilla y las olimpiadas de Barcelona en el año 92, hubo fortunas que surgieron espontáneamente y miles de semianalfabetos vinculados a "la pesoe" que a base de cafelitos cambiaron de casa, dejaron a su esposa y se montaron por primera vez en un Jaguar con su camiseta de tirantes y sus chanclas reglamentarias. Uno de ellos fue Luis Roldán, director general de la Guardia Civil con Felipe González Márquez (de profesión actual sus bisuterías), que tuvo la virtud de escenificar en la portada de una revista de gran tirada la perfecta vinculación entre la ética y la estética del felipismo, apareciendo en calzones "turbo" y camiseta de rejilla en un "meublé", mientras celebraba el último sablazo a la caja de la asociación de huérfanos de la Guardia Civil rodeado de puticas.

Condenado a treinta y un años de cárcel por cohecho, falsedad en documento mercantil, malversación de caudales públicos, estafa y delito contra la Hacienda Pública, sólo ha cumplido quince, los últimos cinco en régimen abierto. Las estimaciones más modestas calculan que robó a los españoles casi veinte millones de euros, de los cuales sólo se ha podido recuperar poco más de un millón. Del resto se desconoce su paradero. El protagonista dice que fue a su vez robado por otro personaje típico del felipismo, Francisco Paesa, y que vive prácticamente de la caridad. Imaginaciones suyas, claro, pero de ser cierto debería pedirle trabajo a su antiguo jefe. En la mansión de Tánger seguro que andan escasos de mayordomos y jardineros.

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