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Rogelio Biazzi

El nazareno

ZP, vestido de nazareno y con capirote rojo, desfila al frente de la cofradía del señor de las mentiras. Y su leiv motiv para pasearse por los atriles de todo el país es seguir dirigiendo el paso, sólo eso.

Me cuesta mucho entender la emoción de la Semana Santa en España; sobre todo en algunas regiones del sur del país, donde Cristos, Vírgenes y Santos en procesión son estos días los protagonistas de todas las historias. Es asombroso el fervor que despiertan estas costumbres, donde lo religioso se asemeja a una mística casi futbolera: "yo soy de tal cofradía", "pertenezco a esta hermandad" o, "a mí me gusta el paso aquel", son expresiones que pueden escucharse en boca de cualquier persona en las calles de Sevilla, Córdoba u otras ciudades. Sin duda que hay una mezcla de tradición y cultura popular pero sobre todo es una cuestión de fe.

¿Y que tiene que ver todo esto con el estado de la economía española, los políticos en general y Zapatero en particular? En que también estamos ante una cuestión de fe, o mejor dicho de la pérdida de ésta. Los españoles han perdido la fe en sus políticos y ven a los gobernantes como un problema, mayor incluso que el terrorismo, según la última encuesta del CIS. La gestión de la crisis que ha llevado a cabo el Gobierno del presidente Zapatero ha sido tan desastrosa que ha arrastrado a políticos de su partido e incluso de otras formaciones a un descrédito absoluto, es decir a la pérdida de la confianza de sus electores. También han contribuido a esta debacle otros desgraciados sucesos que se vienen registrando en los último tiempos: escandalosos casos de corrupción, errores de bulto en otros campos de la política como las relaciones internacionales, y la dimensión europea/mundial que ha tomado la desacertada forma de gobernar de nuestro presidente, cuyos desaguisados –que habían quedado hasta ahora de entrecasa– han quedado expuestos a la crítica internacional por "culpa" de la presidencia española de la UE.

ZP, vestido de nazareno y con capirote rojo, desfila al frente de la cofradía del señor de las mentiras.  Y su leiv motiv para pasearse por los atriles de todo el país es seguir dirigiendo el paso, sólo eso. Pero el penitente no hace ninguna penitencia y por eso no escarmienta. Más que cantarle, le clavan saetas a su paso desde todos los balcones, le ruegan que cambie, le advierten sobre el peligro de sus malas acciones, le suplican que reforme su hermandad y el país, le imploran que nos saque del lío en que nos ha metido. Y él, con su capa y sus ojos ocultos por el cucurucho que toca su cabeza, no ceja. Marcha tambaleante pero marcha, ayudado por sus costaleros de siempre: su partido, los sindicatos, sus socios minoritarios en el Congreso... Está claro que él nunca ha perdido su fe, su convencimiento en que es sólo cuestión de aguantar y que –de nuevo– un golpe de suerte –¿en forma de leve repunte de la economía?– vendrá a torcer el resultado electoral en 2012.

Esta es una semana de recogimiento donde los creyentes rezan y piden por sus cosas. Las oraciones van hacia esos Cristos, Vírgenes y Santos en procesión que son estos días los protagonistas de todas las historias. Yo también tengo un ruego que debería ir dirigido hacia la Hermandad del santo Gobierno pero como ésta no dedica su fe a temas tan terrenales o tan poco lucrativos electoralmente, lo dirijo a la Cofradía de la santa oposición. Es desde luego un rezo muy prosaico pero bien práctico: que no suban el IVA, que hagan las reformas estructurales en el mercado de trabajo (incluyendo costes de contratación, costes de despido y negociación colectiva), que se reforme el mercado de bienes y servicios para que la actividad económica florezca, y finalmente, que se reforme la administración pública, para que gaste menos y funcione mejor. Sé que pido mucho pero es que estamos en Semana Santa y se sabe que en estos días, estamos más cerca de los milagros.

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