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Javier Moreno

Smolensk y la memoria

En nuestro país tenemos un presidente más preocupado por resaltar la maldad de Franco y Hitler que por hacer lo propio con la de Carrillo y Stalin.

Se dice que la memoria es frágil. Muchos de nuestros recuerdos parecen haberse sumergido en la laguna Estigia del olvido. Pero un olor evocador, como el de las magdalenas de Proust, puede hacerlos reaparecer, vividos y nítidos.  

No es la fragilidad, sino la imperfectibilidad de la memoria, lo que ahora se está constatando en la investigación psicológica. En cada ocasión que hacemos emerger un recuerdo lo transformamos, guiándonos inconscientemente al hacerlo por nuestras circunstancias, influencias y creencias presentes.  

A todas luces la memoria sirve al presente, que a su vez sirve como plataforma temporal para proyectarse en el futuro. No es una foto fiel del pasado. Es la foto que más nos interesa en este momento, sepámoslo o no. De ahí que las memorias de los testigos directos de los grandes sucesos del pasado sean tan dudosas como testimonio histórico. La memoria no es ni objetiva ni rigurosa.

 

Traud Junge, la que fue secretaria de Adolf Hitler en el período final del nacional socialismo, escribió y reescribió las memorias en las que más tarde se basaría la polémica película El Hundimiento. Los historiadores han encontrado en sus escritos numerosos errores. Uno de sus recuerdos se refiere a las noticias recibidas sobre un atentado fallido al Führer. Visitaba éste al ejército del centro del frente ruso en la ciudad de Smolensk. Un par de hombres pusieron una bomba en su avión, pero el mecanismo de la misma falló y Hitler volvió sano y salvo a la Guarida del Lobo. Con independencia del buen o mal funcionamiento de los mecanismos de la citada bomba o de la memoria de Junge, en Smolensk la vida de Hitler pudo haber estado pendiente de un hilo, y con ella la Historia (con mayúsculas) en juego.  

La pasada semana la Historia pasó de nuevo por Smolensk, para quedarse. Volvía el presidente de Polonia de un homenaje a los miles de soldados polacos desarmados asesinados por Stalin en Katyn y su avión se estrelló, con él y cien personas más dentro.  

La matanza de Katyn fue una más de las muchas aciagas consecuencias que tuvo el secreto Pacto del Acero entre nazis y soviéticos, entre Hitler y Stalin, para repartirse Polonia. Nazismo y comunismo, los dos grandes totalitarimos del tumultuoso siglo XX, se daban la mano y mostraban su naturaleza común. Después Hitler traicionó el pacto e intentó conquistar Rusia con el fin de lograr el ansiado espacio vital ario.  

Algunos están tan obsesionados, hoy, con demostrar la barbarie de los regímenes catalogados como de derechas, que olvidan selectivamente los bárbaros actos perpetrados por los autodeclarados de izquierdas. Así, en nuestro país tenemos un presidente más preocupado por resaltar la maldad de Franco y Hitler que por hacer lo propio con la de Carrillo y Stalin. De ahí que su avión no volara al homenaje a las víctimas de Katyn como antes lo hiciera a otros homenajes.  

Esta memoria histórica suya es un intento de convertir la ciencia histórica, con todos sus controles y exigencias, es algo más parecido a una memoria humana individual. Con este artefacto legal se pretende servir, por supuesto, al presente y a un futuro proyectado, pero no al de todos, sino al de un grupo de políticos y sus intereses personales y/o partidistas. Prueba de que la verdad histórica importa poco a las izquierdas de esta nación en disolución es la reciente metedura de pata de un miembro de ICV, que pedía cambiar el nombre de la base Alfonso XIII de Melilla por tratarse de una exaltación franquista.

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