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José T. Raga

Habrá sido un mal sueño

Las mujeres serias, trabajadoras y competentes, que son la mayoría, ¿no piensan pedir la cabeza del dúo ministerial? A lo mejor, si dejan de ser ministeriales y pasan a la condición de menesterosos, no se les ocurrirán tantos desatinos.

No me gusta escribir sino sobre datos ciertos o sobre manifestaciones responsables de quienes, teniendo autoridad para ello, advierten de las intenciones de personas o de instituciones, que pueden tener interés para el público en general. Un caso claro de estas manifestaciones son las que hacen los políticos que detentan el poder de Gobierno, pues lo que piensan y lo que dicen debería ser –no siempre lo es– un mensaje de intenciones que marca la línea política que piensa seguirse en la administración de los asuntos públicos.

Fiar en las palabras o en las promesas de los miembros de este Gobierno del señor Zapatero es un riesgo excesivo, porque, las más de las veces, nada tienen que ver con lo que se piensa –de hecho piensa pocas veces, si alguna– hasta el punto de que hasta es arriesgado comentar lo que se publica en el Boletín Oficial del Estado, porque tampoco está clara su validez ni el efecto que su vigencia teórica pueda tener.

Aún así, es tanta la preocupación que me ha producido lo oído hace un par de días como última genialidad del binomio Aído-Corbacho que, habiéndome propuesto que a mi edad nada me preocupase, no tengo más remedio que entrar al trapo. La gravedad del asunto, si algo tiene que ver con la realidad pretendida, tiene niveles que se alejan de la torpeza habitual para adentrarse en la mala fe, en la voluntad de destrucción de cualquier cosa que quede en pie.

Todos los españoles tenemos entendido que lo del diálogo social, ese que se supone que se desarrolla entre los sindicatos, la patronal y el Gobierno, es el fiel reflejo de aquello que con acierto recordamos los mayores bajo el titular de "diálogo para besugos". Aquel, al menos, tenía más gracia. La realidad es que algunos no reconocen que haya una demanda social o, si se quiere más concretamente, una urgente necesidad de reforma en profundidad del mercado laboral.

Los analistas, incluso las propias instituciones del Estado, han levantado la voz para dejarse oír en este sentido; la capacidad de desenvolvimiento de la economía española está pendiente de ello. Hace tan sólo unos días, un Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, que en otros momentos fue traído y llevado por el señor Zapatero como componente de su grupo de sabios asesores, ha puesto de manifiesto la urgente necesidad de reforma del mercado laboral en España, sin cuya reforma la economía española permanecerá en el estancamiento sin horizonte de mejora alguno.

Una reforma del mercado en profundidad no son tres apaños para que la gente deje de hablar de ello, ni es tampoco un camino intermedio entre lo que piden los sindicatos y lo que solicitan los empresarios, porque ya sabemos que el Gobierno parece carecer de pretensiones o de objetivos. Lo que pueda ser una solución real al problema laboral, que se llama paro, es decir, la creación de empleo, no importa a qué distancia esté de las posiciones de patronal y sindicatos, pues la bondad de tal medida viene determinada por su capacidad para generar empleo, aunque ni a patronal ni a sindicatos se les haya ocurrido pensar ni proponer algo que pueda acercarse o parecerse de lejos a aquella medida. Esa medida pasa por la flexibilización del mercado –oferta y demanda de trabajo– y por hacer depender el salario de la productividad del trabajo y no del automatismo perverso de la marcha de los precios al consumo.

Hacerlo así es tanto como suponer que los precios de todos los bienes que se producen crecen en la misma cuantía, la del índice medio ponderado. Cuando la realidad es bien diferente; mientras unos crecen muy por encima del índice, otros lo hacen muy por debajo y, en este último caso, estamos obligando a subir salarios cuando los precios de lo producido y, por tanto, los ingresos de la empresa han disminuido; conclusión, en el corto o en el medio plazo quiebra empresarial y despidos masivos.

Pues bien, cuando tanta gente y de tanto talento está pidiendo reformas de este género, dos titulares de sendos ministerios, que no brillan por aquella cualidad, se reúnen para endurecer, intervenir y segmentar más aún el mercado, ya suficientemente maltrecho. Al señor Corbacho y a la señora Aído, se les ha ocurrido introducir el que ellos llaman "género" –sobre la "especie" ya sabemos que hay duda– como elemento condicionante del propio mercado. ¿De qué forma? A través de la protección de las mujeres necias, porque las listas no necesitan a la señora Aído para que las proteja. Así que cuando se trate de contratar empleados en prácticas (personas entre 21 y 24 años), tendrá que contratarse el mismo número de varones que de mujeres –no se ha dicho cómo cuentan las situaciones intermedias. Terminado el período de prácticas, si se decide la contratación laboral de aquellos, se gozará de mayor bonificación si la contratación recae sobre mujeres que si lo hace sobre hombres.

Es lo único que necesitaba el mercado de trabajo para dejar de ser mercado y, si me apuran, para acabar definitivamente con el mismísimo trabajo. Que parece inconcebible semejante propuesta, sí; por eso lo que no parece es extraña, contando con la agudeza de los protagonistas de la idea. Y las mujeres serias, trabajadoras y competentes, que son la mayoría, ¿no piensan pedir la cabeza del dúo ministerial? A lo mejor, si dejan de ser ministeriales y pasan a la condición de menesterosos, no se les ocurrirán tantos desatinos y, sobre todo, no nos enteraremos los mortales de a pie, que nada tenemos que ver en el asunto, a no ser como sufridores.

En Libre Mercado

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