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Walter Williams

Los tiranos de la sal

La FDA ha adoptado la postura de que lo que quiera comprar el público estadounidense es irrelevante. Ellos saben lo que es mejor y si usted discrepa, es multado, encarcelado o le cerrarán su negocio.

Así es como empezaba mi columna del 14 de junio de 2006:

A lo largo de los años, he tratado de advertir a mis conciudadanos estadounidenses del precedente tiránico y el ejemplo para otros actos tiránicos que sientan los fanáticos anti-tabaco... Durante las primeras etapas de la campaña anti-tabaco había llamamientos a medidas ‘razonables’, como asientos de no fumadores en los aviones y las advertencias sanitarias en los paquetes de cigarrillos. En la década de los años 70 nadie hubiera creído jamás que esas medidas evolucionarían hasta el actual nivel de agresión a los fumadores, que incluyen unos impuestos sobre el tabaco que rozan la usura y la prohibición de fumar al aire libre. Se abrió la puerta y los fanáticos tomaron el control.
Lo que los fanáticos anti-tabaco establecieron es que el Gobierno tenía derecho a controlar nuestras vidas por las bravas si lo hacía en nombre de proteger nuestra salud. En la publicaciónFreemande la Fundación para la Educación Económica, escribí una columna tituladaNazi Tactics(enero de 2003):
Esta gente que quiere controlar nuestras vidas casi ha terminado con los fumadores; pero nunca en la historia ha surgido un tirano un día y ha decidido al siguiente que ya no quiere serlo más. Los tiranos de la nación han dirigido su atención ahora a denigrar a las cadenas de comida rápida como McDonald's, Burger King, Wendy's o Kentucky Fried Chicken, acusándolas de generar adicción a los alimentos ricos en grasas... En su campaña contra las cadenas de comida rápida, los restaurantes y los fabricantes de dulces y refrescos los nazis nacionales de la alimentación siempre se refieren a la campaña anti-tabaco como el modelo de su agenda.
Los tiranos de Estados Unidos dedican sus recursos ahora a la sal, como se relata el artículo delWashington Post: laFDA propone limitar contenido de sal en alimentos refinados por motivos de salud pública(19 de abril de 2010). ¿Por qué ponen una cantidad concreta de sal en sus productos los fabricantes de alimentos industriales? La respuesta es que a la gente que compra sus productos le gusta y ellos obtienen beneficios complaciendo a los clientes. La FDA ha adoptado la postura de que lo que quiera comprar el público estadounidense es irrelevante. Ellos saben lo que es mejor y si usted discrepa, es multado, encarcelado o le cerrarán su negocio.

La tiranía no conoce límites. Digamos que la FDA obliga a Stouffer's a dejar de poner 970 mg de sodio en su cena precocinada de pavo; ellos exigen por ley un máximo de 400 mg. Supongamos que los clientes de Stouffer's, suponiendo que los siga habiendo, ponen sal: ¿qué va a hacer la FDA? La respuesta es fácil. Va a copiar el exitoso modelo de los fanáticos anti-tabaco. Pueden comenzar con etiquetas de advertencia contra la sal. El Congreso puede imponer impuestos no deducibles a la sal. Tal vez se presenten demandas contra las compañías que comercializan la sal. Las agencias estatales y locales de adopción pueden negar el derecho a adoptar niños a las parejas sorprendidas consumiendo demasiada sal. Antes de que una pareja pueda adoptar a un bebé, puede tener que hacerse análisis de sangre para determinar sus hábitos alimentarios. Los profesores pueden pedir a los escolares que denuncien a sus padres por poner sal a sus comidas. Usted puede pensar que nunca irán tan lejos en nombre de la salud pública. En 1960 alguien como usted seguro que dijo lo mismo de los fanáticos del tabaco, pero sin embargo han hecho eso y más.

La descripción del difunto H.L. Mencken de los profesionales de la salud de sus tiempos es exactamente igual de adecuada para muchos hoy:
Un cierto sector de la opinión médica, en los últimos años, ha sucumbido a la ilusión mesiánica. Sus portavoces no se contentan con tratar a los pacientes que acuden a sus consultas, sino que consideran su deber imponer sus recomendaciones a todo el mundo, en especial a aquellos que no se las han pedido. Esta obligación es puramente imaginaria. Nace de la vanidad, no del interés público. El impulso detrás no es el altruismo, sino el simple anhelo de controlar las cosas.

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