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Clifford D. May

Los despistados en la guerra contra el terrorismo

Los islamistas creen que conquistas similares se pueden y se deben ganar en el siglo XXI... siempre que los musulmanes vuelvan a sus raíces y cumplan con su obligación de emprender la yihad que ahora toma la forma de guerra asimétrica.

Los americanos nos sentimos incómodos con ideas como guerras santas y masacres motivadas por la religión. Educados para creer en la igualdad, la tolerancia y la diversidad, no nos entra en la cabeza la idea de matar al prójimo para que seguidores de la "fe verdadera" puedan prevalecer sobre los "enemigos de Dios". Ni tampoco nos podemos imaginar que otros actúen de esta manera. Pero nos está fallando la imaginación.

Hace dos años, Andrew C. McCarthy publicó sus memorias bajo el título Willful Blindness (Ceguera voluntaria), un relato fidedigno de sus años como fiscal antiterrorista del Gobierno federal de Estados Unidos. Ese libro debería haberle abierto los ojos a cualquiera que, a pesar de las atrocidades del 11 de Septiembre, todavía no lograse entender que aquellos que juran haber emprendido una guerra santa contra los infieles en realidad han emprendido una guerra santa contra los infieles. 

Pero la respuesta al frustrado atentado terrorista en Times Square demuestra que muchos políticos y gente de los medios de comunicación siguen sin entender este conflicto mundial e insisten en que seguramente el terrorismo se debe a agravios políticos, frustación personal, problemas financieros o desesperación económica , todo, cualquier cosa, menos por convicción teológica.

Por ejemplo, el alcalde de Nueva York Michael Bloomberg se puso a conjeturar que el autor del frustrado atentado podría ser "alguien con una agenda política al que no le gusta la reforma sanitaria o algo parecido".   

La agencia Associated Press se dio prisa en decirle a la opinión pública que los motivos del autor eran "desconocidos". Sin embargo, agregaba que la vida del sospechoso Faisal Shahzad estaba "hecha pedazos". La radio nacional pública NPR precisó el momento justo en el que eso sucedió: "El mundo del sospechoso de Times Square ‘patas arriba’ desde el verano pasado".

Newsweek preguntaba si: "¿Fue la economía la que impulsó a Shahzad a hacerlo?" (Quizá había leido el titular de portada de la edición del 9 de febrero de 2009 de Newsweek: ¿Ahora somos todos socialistas?).

El New York Newsday indagó hasta el detalle de que "la casa de Faisal Shahzad había sido embargada", sugiriendo así que sólo era una víctima más del mercado inmobiliario.

Bob Orr de la cadena de televisión CBS pensó que Shahzad "podría estar molesto por los ataques de los aviones robot Predator que han matado tanto a líderes terroristas como a civiles en su país de origen, Pakistán". En otras palabras, si el presidente Obama dejara de tener a los terroristas como objetivo, quizá los terroristas harían... ¿qué? ¿Dedicarse a otras víctimas por las que no tenemos que preocuparnos?

Orr también se lamentaba de que durante el año de ciudadanía americana del que Shahzad había disfrutado, "no había logrado alcanzar ningún sueño americano". Bueno, eso prácticamente justificaría que cualquier persona dejara un coche bomba en la zona de teatros, ¿no cree usted?

Teorías similares se ofrecieron en CNN y en el Washington Post, tanto así que llevaron al satirista Joe Queenan a reflexionar en la historia de "la conexión entre la humillación personal y la violencia. Hitler, del que es ampliamente conocido que quedó tan devastado por no haber sido admitido en la Escuela de Bellas Artes, que acabó cayendo en el fascismo y la violencia. Stalin, de raíces campesinas y con un cómico acento aldeano, nunca se sintió parte del selecto círculo soviético y eso explicaría su llamativa decisión de masacrar a 50 millones de sus paisanos". 

Semejante autoengaño sería más gracioso si no sirviera para poner en peligro la vida de americanos. Como observaba en párrafos anteriores, creo que no sólo es falta de imaginación sino que es parte de la explicación. También hay en juego una comprensible renuencia a ofender a los musulmanes.

Pero un musulmán verdaderamente moderado no se ofende con la verdad. Comentando el atentado de Times Square, el Dr. Zuhdi Jasser, importante reformista musulmán americano, decía lo que muchos otros no dicen: "Los islamistas están inmersos en una guerra con las democracias liberales occidentales". Y añadía que mientras que los americanos a menudo son víctimas, "la mayoría de islamistas en realidad tienen como objetivo a los musulmanes moderados porque son su mayor amenaza existencial...".

Los musulmanes anti islamistas también saben que los islamistas no han "secuestrado" una "religión pacífica" por más confortante que sea creernos eso. Los islamistas son fundamentalistas, no herejes. Su interpretación del islam no es nueva ni poco ortodoxa. Ellos abogan por una vuelta al islam como se practicaba en el siglo VII. En esa época, el islam era, sin ambages ni ambigüedades, una fe de guerrero, dedicada a la conquista; el poder, la riqueza y la gloria eran el premio de los conquistadores.

Mahoma no era sólo un profeta; también era un comandante militar. Él, sus sucesores y sus ejércitos establecieron uno de los imperios más grandes de todos los tiempos. Comenzaron en Arabia, después marcharon hacia el oeste al Atlántico, hacia el este al Pacífico y también penetraron Europa. Los islamistas creen que conquistas similares se pueden y se deben ganar en el siglo XXI... siempre que los musulmanes vuelvan a sus raíces y cumplan con su obligación de emprender la yihad que ahora toma la forma de guerra asimétrica.

Hay una razón más para la confusión: el principio de la taqquiya, el engaño al infiel, es un arma autorizada para la yihad. Por ejemplo, Tariq Ramadán, el académico nacido en Suiza que tiene la cátedra de estudios contemporáneos islámicos en Oxford patrocinada por Su Alteza Hamad Bin Khalifa Al-Thani –no es broma– decía la semana pasada al Washington Post que la yihad "no tiene nada que ver con la guerra santa... Cuando usted está intentando resistirse a las malas tentaciones y reformarse con buenas aspiraciones, ésa es la yihad de uno mismo".  

Lo que convierte esta mentira en algo tan descarado –aunque el Washington Post ni siquiera pensó en cuestionarla– es que Ramadán es el nieto de Hassan al-Banna, fundador en 1928 de la Hermandad Musulmana. El mismo al-Banna indicaba claramente que el Corán y otras doctrinas islámicas "exhortan a la gente... a la yihad, la guerra, a las fuerzas armadas y a todo tipo de lucha por tierra y mar".

Además: la rama palestina de la Hermandad Musulmana es Hamás. Entre los fundadores de Hamás estaba el jeque Abdulá Azzam que también era mentor de Osama bin Laden. Como Andy McCarthy cuenta en sus memorias, Azzam "galvanizó a los musulmanes del mundo entero con su llamada a la yihad, la yihad tradicional y total...". En un discurso dado en Oklahoma City en 1988, Azzam instruyó a los musulmanes en que: "La yihad, la lucha, le es obligatoria cada vez que usted pueda llevarla a cabo. Y al igual que cuando usted está en Estados Unidos, debe ayunar... así pues, usted debe emprender también la yihad. La palabra yihad sólo significa luchar, luchar con la espada".

Y con coches bomba, y con explosivos plásticos en la ropa interior, y con pistolas semiautomáticas FN Five-seven y Magnum .357 (usadas para matar soldados americanos en Fort Hood) y con aviones de pasajeros secuestrados y quizá, dentro de poco, también con armas nucleares.

Nada de esto debería sorprendernos. Lo que sí debería hacerlo es la ingenuidad obstinada, la decidida ignorancia, la continuada ceguera voluntaria de tantos de nuestros líderes políticos y medios de comunicación frente al desafío más sobrecogedor y la mayor amenaza del siglo XXI.

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