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Cristina Losada

El plan "i"

El cortoplacismo de Zapatero se contagia. Nadie quiere encarar unas elecciones con la mácula de haberles apretado el cinturón a los "más débiles". La unánime oposición es ful: está nadando a favor de la corriente.

Una democracia necesita, si quiere sobrevivir, cierta dosis de verdad. En España han venido triunfando dos formas de mentira: la simple y la más sofistificada, que es la ideología. Con Zapatero nunca se sabe, además, donde termina el autoengaño y empieza lo siguiente. Estábamos, pues, en el mejor de los mundos posibles. Es fácil de imaginar la conmoción de los que creyeron –y los que quisieron creer– cuando, de la noche a la mañana, el Gobierno los expulsó de la ubérrima Jauja a la yerma Antártida. ¡A congelarse tocan! De la nada a las más altas cotas de miseria, que diría Marx (Groucho), en horas veinticuatro.

A tal extremo de necesidad se ha llegado no por un complot universal contra Zapatero ni sólo por efecto de una crisis global. Nada hizo el presidente de cuanto era preciso hacer y cuanto hizo sirvió para empeorar. Cuando aceptó in extremis un parcial ajuste, aceptó de facto una rectificación de su extravagante, pero muy socialista, querencia por el gasto. Tarde, mal y a rastro. Y tarde significa: más duro será el tratamiento. Pero a la voz de ajuste, ha surgido en España una oposición que, salvo por el PP, y a ratos, había brillado por su ausencia. Todos tachan los recortes de injustos. Algunos añaden indignos. El PP, con más razón, los califica de insuficientes. Muchas íes parecen. Pero, ¿son necesarios?

Tal cuestión, por lo visto, no cuenta. El cortoplacismo de Zapatero se contagia. Nadie quiere encarar unas elecciones con la mácula de haberles apretado el cinturón a los "más débiles". La unánime oposición es ful: está nadando a favor de la corriente. Sin duda, el castigo al Gobierno produce una satisfacción inmediata. Merecido lo tiene. Su irresponsabilidad y su incompetencia forman parte capital del problema. Y tiene delito que reclame ahora a los demás que sean responsables, un Gobierno que se ha distinguido por corromper el sentido de la responsabilidad. Una virtud carca, ya se sabe. Lo que una no sabe es si los partidos de la nueva y la vieja oposición son conscientes del mensaje que están transmitiendo. Se asemeja peligrosamente al anterior espejismo: no hay que hacer sacrificios. Y España necesita una dosis de verdad.

En España

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