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Emilio J. González

ZP y la política del niño enrabietado

Esa es la cuestión: qué va a pasar la próxima vez. Porque ahora hay que hablar de la reforma laboral, del próximo incremento de la fiscalidad o de los presupuestos para 2011, por poner tan sólo tres ejemplos.

El presidente del Gobierno se ha salido con la suya y ha conseguido que el Congreso de los Diputados refrende el decreto de recorte del gasto público, pero por la mínima, tan sólo por un voto de diferencia y con el único apoyo de los socialistas. ZP, por tanto, ha evitado la catástrofe pero ha demostrado ser un verdadero irresponsable al dedicarse a jugar con fuego, con lo que ha podido provocar en nuestra economía un incendio de dimensiones catastróficas.

En unas circunstancias de la economía española como las actuales, en las que el país está al borde de la suspensión de pagos y con los mercados escrutando hasta el más mínimo detalle de la economía y la política, el Gobierno no podía presentarse a la desesperada en el Congreso sin haberse garantizado previamente una mayoría suficiente para aprobar el decreto. Pero lo ha hecho, llevando las cosas a límites insostenibles y se ha salvado por los pelos. Un solo voto más en contra y el Ejecutivo hubiera salido derrotado, provocándose de esta forma una verdadera debacle de la bolsa y la deuda española. Y es que a Zapatero le ha molestado profundamente que la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional hayan intervenido nuestra economía y le estén dictando la política de saneamiento. Sin embargo, él solito se lo ha ganado, primero por negar la realidad de la crisis, después por minusvalorar su impacto y luego por negarse una y otra vez a hacer lo que hay que hacer por una mezcla de populismo mal entendido e ideología rancia. Ese ZP irritado, en lugar de querer pactar todo un programa de medidas con los principales partidos de la oposición, el cual le hubiera obligado a poner el punto final a la columna vertebral de su estrategia política –o sea, a cerrar los ministerios de Igualdad y Vivienda, así como la vicepresidencia de Chaves; a poner el punto final a todo lo relacionado con la ley de economía sostenible y las energías renovables; a dejar de tirar el dinero en las sucesivas versiones del Plan E, en las subvenciones a los sindicatos, los artistas de la ceja y demás grupos amigos; o a dejar de malgastarlo en proyectos tan ridículos como el apoyo a los gays y lesbianas de Zimbabue–, algo, por lo que estamos viendo, a lo que no está dispuesto a renunciar. Así, su reacción ha sido, al final, la del niño caprichoso y enrabietado porque no le dejan hacer de las suyas y ha optado por decir: me criticáis y queréis ajuste, pues ahí os va y os lo tragáis os guste o no.

Algo tan serio en estos momentos como un plan de saneamiento de las cuentas públicas debería haber sido el fruto de un acuerdo con los principales partidos de la oposición. Pero el Zapatero enrabietado no ha querido ni sentarse a discutir el más mínimo punto con sus rivales políticos y ha estado a punto de encontrarse con un muy grave revés parlamentario. ZP ha querido forzar que el decreto saliera adelante por el simple sentido de la responsabilidad de los demás partidos políticos y a punto ha estado de estrellarse. Ha salvado la situación por los pelos; sin embargo, y aunque ya tiene su plan de recorte del gasto público aprobado, ha sembrado muchas dudas innecesarias y muy negativas para la economía española de cara al medio plazo porque lo que hay que hacer no se agota con congelar las pensiones o bajarle el sueldo a los funcionarios. Zapatero se puede encontrar, por ejemplo, con que el Parlamento le eche por tierra la subida de impuestos que prepara. De darse esta circunstancia, lo normal es que cayera el Gobierno y se convocaran elecciones anticipadas, pero suponerle alguna normalidad a ZP, que se comporta como un verdadero irresponsable, es mucho suponer y, por tanto, cabría esperar que quisiera seguir aferrado al poder como una lapa, con lo cual la situación económica sería ingobernable tanto en términos políticos como por la reacción de los mercados. Esa es la cuestión: qué va a pasar la próxima vez. Porque ahora hay que hablar de la reforma laboral, del próximo incremento de la fiscalidad o de los presupuestos para 2011, por poner tan sólo tres ejemplos; y visto lo visto en el Congreso de los Diputados, no está para nada garantizado que se vayan a aprobar, sobre todo porque el presidente del Gobierno va a seguir en sus trece y no va a querer pactar nada con nadie, sino que va a seguir con su política de si no quieres caldo, toma tres tazas. Así no hay quien gobierne nada.

Dadas las circunstancias, lo mejor que podría hacer Zapatero es coger la puerta, marcharse a su casa y ceder el sitio a otro político con una personalidad distinta, que no esté desgastado y que tenga una actitud dialogante con los demás partidos para alcanzar el consenso necesario y tomar las medidas adecuadas. Y para ello nada mejor que sean los ciudadanos quienes decidan quién debe asumir esa responsabilidad, porque lo que hace falta en estos momentos es un verdadero líder que sepa combinar el inevitable discurso de sangre, sudor y lágrimas con la claridad de ideas imprescindible para hacer lo necesario, el carácter preciso para llevarlo a cabo por muy doloroso que sea y el talante abierto para poder involucrar en ello a todos los partidos que sea posible. Ese líder, en estos momentos, sólo puede salir de las urnas. Por desgracia, a ZP no se le han quitado las ganas de querer seguir jugando a Roosevelt en versión cañí y así nos va.

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