Menú
Adolfo D. Lozano

Tomemos el Sol sin protección

Valoremos la realidad: el cáncer de piel tipo no melanoma mata por ejemplo en EEUU a 1.200 personas al año, mientras que los cánceres de colon y pecho, prevenibles con exposición solar regular, matan a más de 100.000 norteamericanos cada año.

Hay algunas ideas sobre lo que es saludable que todos tenemos muy claras. Hacer ejercicio regular es sano, consumir vegetales también; sin embargo, consumir grasas saturadas es insano, y exponerse al Sol sin fotoprotección también. Mientras estoy de acuerdo con las dos primeras afirmaciones, no lo estoy con las dos últimas. Sobre las grasas saturadas ya he hablado, así que explicaré por qué alguna exposición al Sol sin protección puede ser el mejor aliado de tu salud.

Imaginemos por un momento dos niñas de la misma edad. Una vive en algún lugar cerca del ecuador, y carece de la mayoría de lujos que nosotros disfrutamos, nunca sabrá utilizar un ordenador, ni conducir un coche, ni irá a centros comerciales y el sistema de salud al que tiene acceso es más que pobre. La otra vive en algún lugar del Norte de Europa, tendrá las mejores sanidad y nutrición, irá a la universidad y sabe perfectamente lo que es un protector solar. Si ambas niñas siguen sus distintos modos de vida, la niña del ecuador tendrá la mitad de probabilidad de sufrir un cáncer durante su vida, un 80% menos probabilidad de tener diabetes I y su longevidad será un 7% superior. La niña del Norte sufrirá durante su vida problemas como depresión, cáncer de pecho, enfermedad cardiovascular o artritis. Por vivir en una latitud nórdica sólo los diez primeros años de vida, con independencia de dónde viva después, tendrá un 100% más probabilidad de padecer esclerosis múltiple. Cuando la niña del ecuador crezca y se quede embarazada es improbable que sufra de una complicación del embarazo llamada preeclampsia, y que posiblemente sufra en el futuro la niña nórdica. Cuando ésta supere la mediana edad, habrá tenido prescritos diversos medicamentos quizás contra el Alzheimer, el insomnio, la osteoporosis, la hipertensión o cualquier otra enfermedad crónica que elijamos. La niña del ecuador no sólo vivirá más tiempo sino que será mucho menos proclive a desarrollar enfermedades crónicas. 

¿Existe alguna explicación a esta aparente paradoja? La respuesta existe y está en el cielo. Exactamente está en el Sol. Y la explicación reside en los bajos niveles de vitamina D de la niña del Norte y los elevados de la niña del ecuador debido a la diferente radiación solar a que están expuestas. Aparte de los actuales suplementos de vitamina D, el Sol ha sido siempre imprescindible para generar niveles adecuados de la misma a través de los rayos UVB, ya que la dieta no suele proveer grandes cantidades. Que el homo sapiens culminara su evolución en zonas cercanas al ecuador puede que fuera bastante determinante para este proceso, y que las poblaciones con menos Sol (Escandinavia y los esquimales) fueran consumidoras a espuertas de pescado graso (quizás la mayor fuente dietética de vitamina D) fue otro golpe de suerte de la evolución. Hay también quienes sostienen que los dinosaurios se extinguieron por la falta de Sol y vitamina D. Desde tiempos inmemoriales el Sol ha estado asociado con propiedades terapéuticas. Los antiguos griegos, mesopotámicos... tenían deidades solares, de modo semejante a los aztecas o incas. Famoso es el jeroglífico donde el faraón egipcio Akenatón y su familia aparecen bendecidos por los rayos del Sol.

Con el advenimiento de la Revolución Industrial empezó a extenderse una extraña enfermedad que deformaba el esqueleto por completo de los niños y retardaba el crecimiento, producía problemas respiratorios, tuberculosis, gripe y diversos problemas inmunitarios. En 1820, el polaco Sniadecki comprobó que los niños del campo no desarrollaban estos problemas, pero hubo que esperar a 1889 y un estudio de la British Medical Association para que los científicos no se tomaran a broma que el Sol evitaba por completo aquella plaga de enfermedad. Los altos edificios con estrechas calles, la polución que ocultaba el Sol en las ciudades y sobre todo las largas horas de trabajo en lugares apartados de la luz solar desencadenaron el raquitismo y todas las enfermedades propias de una seria deficiencia de vitamina D. Como puede deducirse, la falta de vitamina D encaja dentro de las "enfermedades de la civilización". E, incluso hoy en día, ¿por qué en invierno desarrollamos "depresión estacional"?, o ¿por qué asociamos a las poblaciones tropicales y cercanas al ecuador con espíritus joviales y con lo contrario a quienes viven en climas fríos? La razón de nuevo está en el Sol y la vitamina D. Y pregúntate por qué los niños autistas no tienen casi síntomas en verano. 

En 1903, se otorgó el Nobel de Medicina por demostrar múltiples beneficios de la luz solar, en los años 20 y 30 del siglo XX hubo un apogeo de solariums. Incluso, en los años 30 el gobierno de EEUU recomendó a las madres exponer a sus niños suficiente tiempo al Sol. Sin embargo, a partir de los años 50 y 60 se produjo un giro de 180 grados debido al problema del cáncer de piel, desembocando en la fotofobia actual. Los intereses de la industria cosmética encontraron en los dermatólogos fieles aliados. Por desgracia, el Sol al ser gratuito no desarrolló un lobby a su favor. Pero valoremos la realidad: el cáncer de piel tipo no melanoma (el principal provocado por el exceso de Sol) mata por ejemplo en EEUU a 1.200 personas al año, mientras que los cánceres de colon y pecho, prevenibles con exposición solar regular, matan a más de 100.000 norteamericanos cada año.

Sigue siendo una tragedia que las autoridades sanitarias no recomienden un consumo superior de vitamina D. Lo ideal es consumir alimentos como pescados grasos, un suplemento de unas 1.000 UI diarias de vitamina D3 y exponerse unos minutos al Sol sin protección en primavera y verano. La sobreexposición solar debe evitarse, pues ya lo decía Aristóteles: "en el término medio está la virtud".

En Tecnociencia

    0
    comentarios
    Acceda a los 4 comentarios guardados