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Juan Morote

Militantes y simpatizantes silenciados

Estoy completamente seguro de que si los votantes y militantes del PP pudiesen, Regina Otaola no tiraría la toalla. Del mismo modo, si los votantes y militantes del PSOE pudiesen, Zapatero ya sería historia.

Estamos asistiendo con actitud entre perpleja e indignada a la vaciedad ideológica generalizada de nuestro mapa político. Salvo honrosísimas excepciones, no sabría decir en qué fuentes ideológicas han abrevado la inmensa mayoría de nuestros representantes. Estas carencias afloran con mucha mayor facilidad en tiempos de crisis: ya se sabe que donde no hay harina, todo es mohína.

Estos tiempos nos han deparado la imagen de un iletrado, como es Zapatero, posando de engolado estadista y apelando a la responsabilidad. El pirómano ahora quiere ser el cabo de bomberos. Pero da igual, no importa que hace apenas unos meses manifestara muy pomposo que la única reforma laboral que aprobaría sería la que pactasen patronal y sindicatos. Cuántas mentiras en una frase, cuánto fariseísmo, como si la patronal o los sindicatos fuesen tales. El presidente del Gobierno de España va a perder una de las oportunidades más claras que nunca se han presentado para cambiar de verdad el mercado laboral español. Veamos. En primer lugar cinco millones de parados justifican per se una reforma radical de casi todo. En segundo lugar, la patética incidencia de la huelga del sector público a la que convocaron los llamados sindicatos de clase manifiesta que los ciudadanos están en posiciones mucho más cabales que las de sus representantes.

En frente, el PSOE tiene a un PP, quién lo ha visto y quién lo ve, instalado cómodamente en la demagogia como estrategia para alcanzar el poder. Muchísima gente decía que el debate televisado entre Solbes y Pizarro, el de febrero de 2008, no había servido para nada. Craso error. Ha servido para que los dos partidos se convenzan de que no se ganan las elecciones con mensajes desagradables, aunque encierren toda la verdad del mundo. O al menos esa fue la utilidad que le ha sacado Rajoy al debate. A partir de ahí, entiendo la metamorfosis de Cospedal, convertida en una especie de Margarita Nelken en plena actividad de proselitismo, enarbolando la condición de partido obrerista del PP. Los populares saben que van camino de la Moncloa, los españoles no sabemos de qué. Muchos altos cargos ponen cara de indignación por lo bajito, ante la marcha de Regina Otaola, los mismos que la pusieron cuando María San Gil, y algunas otras veces; sin embargo, nadie las ha acompañado en su decisión de abandono.

Los propios cuadros de los partidos son espejo de vaciedad ideológica y moral, dicen lo que piensan en privado, si bien en público sólo y estrictamente lo que les conviene. Y todo este juego de poses estudiadas, discursos campanudos, entonaciones de actriz venezolana, puestas en escena, actos de adhesión y demás actuaciones, dejan a los militantes y a los simpatizantes ayunos de argumentos para la discusión política alguna. Estoy completamente seguro de que si los votantes y militantes del PP pudiesen, Regina Otaola no tiraría la toalla. Del mismo modo, si los votantes y militantes del PSOE pudiesen, Zapatero ya sería historia. Pero eso implicaría adoptar reformas políticas para devolverle el verdadero protagonismo al ciudadano, y ¡ay, amigo!, en eso sí están todos de acuerdo: ni de coña.

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