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José García Domínguez

Yo, Pedro Almodóvar

Como veis, soy, por encima de cualquier consideración, un idealista muy español: estoy con el que manda. Siempre.

Me llamo Pedro Almodóvar Caballero, y jamás moví un dedo contra la dictadura del general Francisco Franco. Otros, pobres necios, obtusos doctrinarios, inmaduros inadaptados todos, la hostigaron con ahínco, arriesgando en el empeño libertad, patrimonio, profesión; hasta la propia integridad física, muchas, demasiadas veces. Yo, en cambio, no fui tan temerariamente insensato como ellos. Hubo en aquel entonces quienes, por elemental higiene cívica, se alistarían en las filas del PCE-PSUC, o en las más escuálidas aún del difunto PSP, o en el MC, o en la LCR, o en el PTE, o en la ORT, o en BR, o en la OIC, o en el PORE, o en la CNT... De existir tal espectro fantasmal, hasta en el non nato PSOE pudiera haber recalado algún despistado.

En mi caso, sin embargo, opté por enrolarme en las heroicas milicias nocturnas del J&B, las mismas que rendirían gloriosos servicios a la causa democrática combatiendo el tedium vitae en las barras de los bares y las pistas de las discotecas. He ahí el currículum del que tan orgullo me siento, ése que ahora me impulsa a aleccionar a los jóvenes que nada conocieron de aquello. Podéis comprobarlo, si os place. Nací el 24 de septiembre de 1949. Sabed, pues, que ya había cumplido veintiséis años cuando, por fin, murió el autócrata. Mas no busquéis huella alguna de mi periplo resistente en los archivos de la Brigada Político-Social, ni en cualquier otro registro público o privado de nuestra dignidad colectiva. Creedme, sería perder el tiempo.

Durante la larga noche de piedra que glosó en desolados versos Celso Emilio Ferreiro, acerté en todo momento a conducirme como un súbdito ejemplar. Os lo ruego, renunciad a preguntarme qué es un salto. No sabría responderos, salvo que os refiráis, claro, a alguna especialidad clásica del atletismo olímpico. Ni tampoco me habléis de ese miedo gélido que dicen haber sentido cuantos vivieron la clandestinidad. ¡Qué diantres habría de conocer yo acerca de eso! En cuanto a las vietnamitas, supongo que serán las chicas de la Conchinchina, ¿no? Por lo demás, callé cuando ellos gritaban y grito ahora, tantos años después, cuando ese incomprensible pudor suyo les empuja al silencio. Como veis, soy, por encima de cualquier consideración, un idealista muy español: estoy con el que manda. Siempre.  

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