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Emilio J. González

Ministros 'kleenex'

Da igual quién pueda ser el próximo ministro de Economía, porque mientras Zapatero no cambie, todo serán operaciones de marketing al servicio de su ego y nada más.

El final del turno de presidencia española de la Unión Europea ha desencadenado toda una oleada de rumores, comentarios y especulaciones acerca de una nueva crisis de Gobierno, con las consiguientes quinielas acerca de quién sale, quién entra y en qué puesto, quién sigue en el suyo y quién cambia. Dado el alto grado de deterioro de la situación económica y política en nuestro país, y ante la rotunda negativa de Zapatero a convocar elecciones, es lógico pensar que se decante por un cambio en su equipo, aunque con él, la verdad, nunca se sabe. Entre quienes, según parece, tiene muchas papeletas para tener que abandonar la poltrona ministerial se encuentra la vicepresidenta económica, Elena Salgado. Por lo visto, Zapatero la culpa de la mala gestión de la situación económica (habría que ver qué entiende el presidente por ‘mala gestión’). Sin embargo, sospecho que la razón es muy distinta.

Zapatero colocó a Salgado al frente de la economía porque quería una persona que siguiera sus órdenes y deseos a rajatabla, que no se enfrentase a él ni discutiera sus ideas y ocurrencias, ni tampoco criticara sus planes de gasto público porque, en realidad, lo que quería el presidente del Gobierno era gestionar la crisis de acuerdo con sus puntos de vista y no necesitaba nada más que ejecutores de sus ocurrencias. En este sentido, Elena Salgado ha desempeñado perfectamente su papel porque ha dejado hacer a ZP a su antojo, sin discutir sus propuestas lo más mínimo y sin ni siquiera advertirle de las consecuencias de sus acciones. Y aunque objetivamente es una de las peores ministras de Economía de la democracia, lo cierto también es que su posible cese resultaría injusto si lo contemplamos desde la perspectiva de qué es lo que Zapatero quería y esperaba de ella, algo que ha cumplido a la perfección.

A ZP, sin embargo, eso le da lo mismo. A él lo único que le importa es su ego, el culto a su personalidad (y todo lo demás: personas, instituciones, dineros públicos, etc.) y no está al servicio más que de una sola causa, que es el zapaterismo. No son más que piezas sobre el tablero de ajedrez que despliega y sacrifica a su antojo, sin importarle nada ni nadie. Así decidió nombrar a Solbes vicepresidente económico en 2004, para transmitir a todo el mundo la idea de continuidad en la seriedad de la política económica, cuando los planes presidenciales ya iban por otros derroteros. Solbes no fue más que un instrumento de Zapatero, como lo ha sido Salgado, a la que ahora parece dispuesta a dejar caer para que asuma todas las culpas de la nefasta gestión de la crisis, las que le corresponden a ella y las que le tocan a él, que son muchas (pues en 2007 decidió investirse a sí mismo del liderazgo de la lucha contra la crisis, siguiendo ese modelo tan desastroso pero tan querido para los socialistas como fue el Roosvelt de la Gran Depresión, aunque aquí se adoptó una versión cañí del mismo).

Por tanto, el problema del Gobierno en relación con la crisis económica no es Salgado, sino el propio Zapatero. Desde esta perspectiva, da lo mismo a quién pueda o quiera nombrar ministro de Economía, porque mientras ZP no cambie, va a dar lo mismo. Si algo se ha hecho en la buena dirección en los últimos meses no es por convicción personal del presidente del Gobierno, sino todo lo contrario. Lo que ha ocurrido es que las medidas de ajuste empiezan a venirle impuestas por la Unión Europea y por el Fondo Monetario Internacional a cambio de un multimillonario paquete de ayudas económicas que eviten la suspensión de pagos de España. Todo esto lo ha aceptado Zapatero a regañadientes y sin la menor intención de cambiar lo más mínimo la columna vertebral de su política. ¿Que hay que reducir drásticamente el gasto público? Pues ahí está él enviando millones de euros a los sindicatos latinoamericanos, manteniendo los ministerios de Vivienda e Igualdad, etcétera, etcétera, etcétera. ¿Qué hay que hacer una reforma laboral? Pues se aprueba un decreto en unos puntos genérico y en otros regresivo y que sean los demás partidos con representación parlamentaria los que asuman el coste político de proponer y aprobar lo que verdaderamente hay que hacer. Por eso da igual quién pueda ser el próximo ministro de Economía. Porque mientras Zapatero no cambie, todo serán operaciones de marketing al servicio de su ego y nada más.

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