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Recrudecimiento del terrorismo del PKK

El Gobierno islamista de Erdogan tiene que gestionar esta auténtica amenaza en un momento especialmente complicado, con unas negociaciones de adhesión a la UE que no avanzan como debieran.

El asesinato de cinco personas en un atentado con bomba contra un autobús militar producido en las afueras de Estambul el 22 de junio es la última manifestación, dramática, de un recrudecimiento del terrorismo del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) desde hace algunas semanas. A fines de mayo, el líder del PKK, Abdullah Ocalan –a quien le gusta presentarse como el guía de los 15 millones de kurdos que viven en Turquía– comunicaba desde la cárcel en la que cumple condena de cadena perpetua que los contactos con el Gobierno islamista de Recep Tayyip Erdogan quedaban suspendidos. Ahora la violencia no ha hecho sino incrementarse, y cabe destacarse que en los dos últimos meses han muerto ya una cincuentena de militares.

A lo largo del presente mes de junio cazas turcos han bombardeado el santuario del PKK, el norte de Irak, unidades de comandos apoyadas por helicópteros y vehículos blindados tratan de impermeabilizar la frontera con este vecino árabe, y el escenario en que Turquía vive hoy se parece a los peores momentos de una violencia terrorista que asoló el país durante décadas, produciendo también daños colaterales en otras latitudes del mundo. La UE considera al PKK un grupo terrorista y diversos Estados miembros, incluida España, han desmantelado en ocasiones redes de apoyo y de propaganda de este grupo, que desde que iniciara su activismo en 1984 ha provocado choques con el Estado y acciones terroristas con un balance estremecedor: más de 40.000 muertos en algo más de 25 años. Ahora, la contraofensiva militar a este desafío terrorista está permitiendo a los militares turcos, con su jefe de Estado Mayor Ilker Basbug a la cabeza, salir del ostracismo en el que los gobernantes islamistas les habían confinado, y poner de manifiesto –con realidades como la utilización de aviones no tripulados "Heron" de fabricación israelí para obtener inteligencia sobre los movimientos del PKK– que hay alianzas estratégicas que no deberían de verse dañadas por impulsivas reacciones políticas.

El Gobierno islamista de Erdogan tiene pues que gestionar esta auténtica amenaza en un momento especialmente complicado, con unas negociaciones de adhesión a la UE que no avanzan como debieran, una crisis con Israel agudizada por su cobertura a la autodenominada "Flotilla de la Paz para Gaza" interceptada por fuerzas especiales de la Marina israelí el 31 de mayo, o el fracaso en su labor de mediación ante un Irán que acaba de ver reforzadas por su actitud desafiante las sanciones de la ONU contra el mismo. En este contexto provoca rechazo la propagandista acusación filtrada desde círculos gubernamentales turcos contra Israel de estar detrás de la ofensiva del PKK, una irresponsable afirmación hecha en clave conspiratoria que un Estado serio no puede lanzar sin pruebas: aunque ello no va a hacer cambiar a los principales actores de la comunidad internacional la imagen que del PKK tienen, sí puede contribuir a enturbiar la imagen de un Gobierno, el de Ankara, que debería de ser más cuidadoso con sus declaraciones y con sus actos si quiere ser considerado el actor internacional de relevancia a que aspira a convertirse.

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