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Super Petraeus

El nombramiento de Petraeus sigue siendo la mejor noticia que Obama nos ha dado sobre Afganistán en lo que va de su mandato. Esperemos que no se quede todo en una maniobra publicitaria

La brusca salida del general McChrystal no es una buena noticia para la guerra en Afganistán, pero la entrada del popular Petraeus, el hombre de Bush para ganar la guerra a la insurgencia iraquí, puede que sea lo mejor que cabía pensar. Los conservadores norteamericanos que apoyaron la intervención en Irak así lo han recibido. Y sin embargo, a pesar de la extraordinaria conjunción de genio militar, visión política y relaciones públicas de Petraeus, la victoria en Afganistán requiere más, bastante más, que un cambio de cara.

Si McChrystal ha fracasado, la responsabilidad hay que buscarla en la Casa Blanca. Cierto, sus manifestaciones no podían sino conllevar su cese fulminante, pero el problema reside en otro sitio, en la estrategia de Obama. Sus dos hombres políticos para la zona, el embajador en Kabul, Eikenberry, y su enviado especial, Holbrooke, lo primero que hicieron fue lanzar una campaña de desprestigio político contra el presidente afgano Karzai. Porque su estrategia en la zona pasaba por un entendimiento con las fuerzas talibán. Lo que consiguieron, en realidad, fue alienarse del todo al único aliado fiable de América quien, a pesar de la rectificación mediática de Obama, recibiéndole efusivamente en Washington, no puede ya fiarse de los americanos. Lo que explica su decisión de ser él quien negocie con los talibán, para el día que los efectivos estadounidenses ya no estén.

El segundo gran problema de McChrystal le vino dado al fijar el presidente norteamericano una fecha de retirada de suelo afgano: julio de 2011. Joseph Biden justificó hacer pública la fecha de salida sobre la base de que de esa manera los afganos harían más al combatir la insurgencia. La realidad es que la afganización ha sido un rotundo fracaso, pues nadie quiere luchar hasta el final un adversario que pasado mañana puede gobernar. En el nombramiento de Petraeus, Obama pareció restar importancia a la fecha de salida, pero su jefe de gabinete rápidamente se encargó de volver a colocarla en su sitio: julio de 2011 es el inicio de la salida, sean cuales sean las condiciones sobre el terreno.

Petraeus, por tanto, se enfrenta a un doble reto: vencer a la insurgencia y lograr que su comandante en jefe, Barack Obama, le conceda los medios y el tiempo para replicar su victoria de Irak en Afganistán. ¿Lo conseguirá? Un buen indicador sería el cese tanto de embajador en Kabul como del enviado especial Holbrooke. Ninguno de los dos ha apostado por la victoria y no lo van a hacer ahora.

El segundo indicador tiene que ver con el foco de atención de la estrategia militar. Como reacción a las críticas por los daños colaterales y las crecientes bajas civiles, McChrystal se vio forzado a perseguir más ganarse los corazones de la población civil, que a los insurgentes, en una aproximación que la Casa Blanca definió como "centrada en la población". El éxito de Petraeus en Irak se debió en buena medida en la puesta en práctica de lo contrario: una estrategia centrada en derrotar al enemigo, aunque fuera con tácticas que también tuvieran en cuenta los corazones de los iraquíes. Que le dejen traducir su aproximación a Afganistán está por ver. Y sin ello, los esfuerzos de Petraeus están condenados a fracasar. Ahí está el ejemplo de Marjah, donde por ganarse el beneplácito de sus habitantes, se dejó escapar a los guerrilleros en lugar de acabar con ellos.

Con todo, el nombramiento de Petraeus sigue siendo la mejor noticia que Obama nos ha dado sobre Afganistán en lo que va de su mandato. Esperemos que no se quede todo en una maniobra publicitaria para frenar su creciente impopularidad y, sobre todo, que no le corte las alas y le deje hacer. Ojalá Petraeus tenga éxito por el bien de todos nosotros.

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