El sonido de la letra <r> está en muchos idiomas, pero en español retumba especialmente, sobre todo cuando se redobla en <rr>. Su inclusión en muchas palabras hace que el sonido sea muy expresivo. Por ejemplo, "el redoble del tambor en la tamborrada".
La <r> indica movimiento repetido o continuo, lo que corre, discurre o resbala. Por eso se dice "arre" para que las caballerías empiecen a caminar o lo hagan más deprisa.
Resulta interesante en muchos idiomas la asociación del sonido <r> con el movimiento del agua, porque hace ruido. De ahí "río", "arroyo" o "torrente" en castellano. Hay muchos ríos que llevan ese sonido: Tíber, Níger, Ural, Rin, Ebro, Júcar, Tigris, Arga, Urbión, Éufrates, Amur, Duero, Urumea. La mítica ciudad de Ur (la de Abraham) estaba entre el Tigris y el Éufrates (hoy Irak). No es casual que en latín urbs sea "la ciudad", porque las grandes ciudades suelen estar en las riberas de los ríos o junto al mar. Por ejemplo, Roma, la urbe por antonomasia, junto al Tíber. Pero en vascuence ur es "agua" y la palabra ibar significa valle o vaguada.
No sólo es el agua lo que corre y hace ruido. También las palabras vuelan, y así se "murmura" o se "cotorrea", se "chismorrea" o se "susurra". Algunos animales pueden rugir, rebuznar, bramar, relinchar, ladrar, graznar o berrear. Ya el nombre de ciertos animales nos recuerda el sonido de la <r> reduplicado: becerro, burro, carnero, zorro, perro, rata, borrego. Algunos de esos llevan cencerros. El viento arrulla o ronronea, se mueve con rachas o ráfagas. El trueno retumba.
Se puede gritar, gruñir, roncar, refunfuñar o rabiar para indicar esas acciones ruidosas. Todos los verbos españoles terminan con el sonido <r> en infinitivo, lo que traduce la idea de acción, movimiento. Rueda el carro y da vueltas la Tierra.