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Cristina Losada

Caamaño cuenta palabras

Alegrémonos, ya que el ministro acaba de dar libertad a los gallegos para expresar sus sentimientos en el preámbulo de un nuevo Estatuto. Si es cuestión sentimental, tenemos la morriña identitaria.

El currículo del ministro Caamaño nos lo presenta como doctor en Derecho, pero hasta ahora desconocíamos que su habilidad jurídica es del mismo tenor que la de aquellos empleados de Correos que contaban las palabras de un telegrama. La tecnología ha puesto esa tarea al alcance de cualquiera que disponga de ordenador y sabemos que el ministro tiene uno, por lo menos. Así, cuando salió el fallo del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña, don Francisco no tuvo que realizar mayor esfuerzo que acudir al contador de palabras a fin de hacerse con una valoración científica. Contando palabras como quien cuenta calorías, calculó que el texto era constitucional en un 99 por ciento. De 39.000 palabras aprobadas por las Cortes, sólo 350 habían merecido algún reproche, se ufanaba.

Con esa capacidad innovadora que ha demostrado el titular de Justicia a la hora de evaluar leyes y sentencias, parece increíble que no obtuviera la cátedra de Derecho Constitucional en la Universidad de Santiago de Compostela, cuando se postuló para la plaza. Fueron más sensibles a sus destrezas en la de Valencia. Y fue también sensible, cómo no, Zapatero. Le designó para cepillar al Estatut de cierta cantidad de palabras, contenidas, tal vez, en los 47 folios que ocupan las 62 enmiendas que el grupo parlamentario socialista, Montilla incluido, presentó al texto evacuado por el parlamento de Cataluña.

Caamaño, sin embargo, no sólo es perito en el arte del recuento y se ha atrevido con una interpretación cualitativa de la sentencia. El núcleo de su tesis es que el TC ha dictaminado que no cabe en la Constitución la "visión aznariana" de España. Díganos entonces el ministro cuál era la "visión" a la que respondía el anterior Estatuto catalán, porque nos tememos lo peor. Y es que se deduce de su cogitación, que hasta el instante germinal de este nuevo Estatuto, vivíamos dentro de la visión de España de Aznar –incluso cuando no gobernaba– y fuera de la Constitución. De hacerle caso a Caamaño, tampoco la "visión felipista" de España cabía en la Carta Magna.

Alegrémonos, no obstante, ya que el ministro acaba de dar libertad a los gallegos para expresar sus sentimientos en el preámbulo de un nuevo Estatuto. Si es cuestión sentimental, tenemos la morriña identitaria. Si se trata de definirse, podemos hacerlo como nos dé la real gana. La "nazón de Breogán" que los socialistas proponen, aconsejados por el finísimo Caamaño, es una intolerable limitación a la fantasía galaica. Total, sólo serán palabras.

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