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Cristina Losada

España está ahí

El nacionalismo periférico y sus aliados en el centro martillean continuamente, sin tregua ni descanso, por la sencilla razón de que si aflojan un instante su cargante y mediocre tiranía, España rebrota.

La gran celebración que ha acogido el triunfo de la selección española permite constatar ciertos fracasos. Uno es periodístico y político. Nadie grita ¡la Roja! El intento de extender al fútbol el tabú que impide mencionar a España en España no cuaja. La gente sigue apegada al nombre de la nación, erre que erre y dale que dale. Mira que se ha hecho por erradicar la mala costumbre. Pues nada. Ahí estaban decenas de miles de personas la otra noche, desgañitándose al grito de ¡España!, desde Bilbao hasta Cádiz y de Vigo a Barcelona. ¿Milagros del fúrbol?

Quienes no residen en lugares donde la condición de español ha de llevarse de forma clandestina, pueden minusvalorar la explosión de patriotismo que el Mundial ha detonado. Pero allí donde se sufre en vivo y en directo la presión nacionalista hay plena conciencia de la transgresión que supone cualquier exhibición de españolidad y de sus costes. Valgan como ejemplos la agresión de que ha sido víctima un "español de mierda" en Pamplona y los ataques contra escaparates y edificios que ostentaban la rojigualda en Galicia. O, en otro registro, la consternación en TV3 ante la fiesta que recorría las calles barcelonesas.

A una, que no es futbolera ni patriotera, le gustaría que el apego a la nación se demostrara en asuntos que apelan más a la razón que a las emociones y más a la política que al deporte. Pero parece mucho pedir tras décadas de constante cuestionamiento de España y un trabajo de ingeniería social destinado a borrar cualquier atisbo de su existencia. Tanto pesa y asfixia esa losa, que la espontánea vindicación de España a la que asistimos sólo podía ser apolítica. Un apoliticismo que sirve de coartada para expresar un sentimiento natural que aquí está vetado y se sabe que lo está.

El nacionalismo periférico y sus aliados en el centro martillean continuamente, sin tregua ni descanso, por la sencilla razón de que si aflojan un instante su cargante y mediocre tiranía, España rebrota. En el caso de que fuera una ficción la nación española, el pesado contencioso que arrastramos podría resolverse al gusto de los secesionistas y los Zapateros de turno. El problema, ay, es que España existe. En cuanto se le deja un respiro, una pizca de tierra, una grieta en el asfalto, vuelve a salir la puñetera.

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