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Ignacio Moncada

Liberalizar Europa

La mayoría de los países europeos son como anticuada maquinaria que fue puntera en su momento, pero que ahora es excesivamente rígida. No cabe duda de que, cuando la crisis pase, Europa como bloque se habrá vuelto un poco más irrelevante en el mundo.

Es típico del ser humano creer que la prosperidad dura para siempre. Pero no sólo los individuos tienden a descuidar su forma de actuar cuando alcanzan cotas razonables de riqueza, sino también los colectivos. Es por este motivo que Europa se está disolviendo en el panorama internacional. La mayor parte de los países europeos se encontraron con la crisis tras una larga temporada creyendo que eran economías inmunes. Los gobernantes han pasado de aburridas políticas que buscaran mejorar la competitividad de nuestras economías y se han entregado a la divertida tarea de repartir el dinero y crear derechos insostenibles. La mayoría de los países europeos son como anticuada maquinaria que fue puntera en su momento, pero que ahora es demasiado pesada, excesivamente rígida. No cabe duda de que, cuando la crisis pase, Europa como bloque se habrá vuelto un poco más irrelevante en el mundo.

No todos los países europeos saldrán de la crisis de igual manera. Es probable que las economías mediterráneas, incluidas Francia, Italia, España o Grecia, así como algunas atlánticas, como el Reino Unido o Portugal, todas ellas en algún momento de la Historia importantes potencias mundiales, sufran un estancamiento duradero. Sin embargo países como Alemania u Holanda saldrán de la crisis fortalecidos. El semanal The Economist exponía recientemente cómo la economía teutona, que puede estar ya disfrutando de un crecimiento económico del entorno de un 4%, no encuentra en Europa la demanda que necesita para sus exportaciones, y se está volcando en gigantes emergentes como China. Son síntomas inequívocos de la locomotora europea se distancia del resto de los vagones.

El destino, por supuesto, no está escrito. Éstas son las perspectivas en función de la política económica que cada país está adoptando, y la consecuencia de la vocación burocrática e intervencionista con la que se está construyendo la Unión Europea. Pero estamos a tiempo de rectificar. Para no caer en la irrelevancia es preciso liberalizar Europa. Se debe abandonar la política de subsidios y de ayudas estatales como norma económica, y avanzar en la liberalización de los mercados de servicios y de la energía. Hay que desmantelar la Política Agrícola Común, que tantos recursos absorben de la economía para beneficiar a unos pocos en detrimento de la mayoría de los ciudadanos. Es necesario, también, abandonar el proteccionismo y las restricciones comerciales con el resto del mundo. Y, por supuesto, es necesario que cada uno de los miembros establezca un marco laboral flexible y dinámico, de forma que el paro no sea un rasgo característico de Europa, y una lacra que carcoma los pilares de la economía. Sólo tomando este camino podrá Europa recuperar su sitio en el mundo.

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