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Afganistán, al desnudo

Sí está la misma intención de dejar a los responsable políticos con el trasero al aire y desacreditar el esfuerzo bélico, amplificando sus miserias y silenciando sus heroísmos.

92.000 documentos aventados en la plaza pública, por un sitio web que se especializa en ponérselo difícil a los gobiernos democráticos y occidentales respecto a los que cualquier presunción de rectas intenciones es un abyecto acto de derechismo, muy especialmente si se trata de Estados Unidos y guerra. Julian Assange, el australiano con residencia en Londres creador del sitio, ha dicho que le encanta exponer bastardos. No es difícil de imaginarse a quien se refiere, no al que todos los días ve en el espejo al afeitarse.

Tres medios de izquierda, el New York Times, el Guardian británico y el semanario alemán Der Spiegel, fueron bendecidos por el sitio en cuestión con un mes para examinar todo el archivo y 24 horas de antelación en hacer público su muestreo y conclusiones. Los periódicos se precian de haber moderado a los debeladores profesionales, imponiéndoles sus severos criterios de edición, con lo que los 92.000 documentos parecen haberse quedado en 75.000 realmente publicados y con nombres tachados. Pero periodistas e investigadores que se han abalanzado sobre el copioso material, ya han descubierto nombres de informadores que no habían sido borrados y los especialistas de los talibanes que estarán absortos en la misma tarea serán capaces de descubrir bastantes otros por las circunstancias de la información pasada a su enlace americano. No importan que muchos datos sean triviales. Quienes los proporcionaron aprecian su cabeza tanto como Mata Hari. Tratando de ponerla a salvo, seguro que no siempre con éxito, habrá quedado maltrecho el esfuerzo de nueve años de inteligencia en una guerra en la que, más todavía que en otras, la información sobre el escurridizo enemigo lo es todo.

El valor de muchas informaciones es mínimo. Lo importante es el conjunto, la masa. Se trata de operaciones a nivel de batallón, en ocasiones más bajo. A lo sumo de brigada. No hay ninguno topo de altura ni está implicado ningún alto responsable de la inteligencia americana. La mayor parte de los secretos son de chicha y nabo, pero no han sido recogidos para convertirlos en espectáculo. Aparte de los nombres y de la retracción de los que hayan podido ponerse a buen recaudo a tiempo, un componente del duro golpe que se le ha asestado al sistema es la revelación de sus métodos, estudiados con minucia y delectación en las primitivas cuevas de la frontera afgano-pakistaní.

Se ha señalado la diferencia con la escandalosa publicación, también por el New York Times, de los históricos "Papeles del Pentágono" sobre la guerra de Vietnam. Aquí no hay nada parecido a los informes del alto mando en Saigón al gobierno de Washington. Pero sí está la misma intención de dejar a los responsable políticos con el trasero al aire y desacreditar el esfuerzo bélico, amplificando sus miserias y silenciando sus heroísmos. Los autores de la filtración minimizan los daños en curso diciendo que no se trata más que de documentar lo sabido. Los que hacen la guerra a la guerra se proclaman vencedores, como si todas sus exageraciones y distorsiones hubiesen quedado demostradas.

Pero lo que realmente queda en evidencia es el difícil trabajo de los analistas de inteligencia de base. Cada uno en su respectiva unidad recibe a diario dos, tres o cuatro docenas de pequeñas informaciones como las que se han hecho públicas. Como minúsculas e incompletas piezas de un enorme puzzle de cuya imagen no existe el más mínimo modelo, el cual sólo se hace visible una vez que los acontecimientos han sucedido. Entonces es mucho más fácil ver dónde encajaban las piezas. Ese es el trabajo de los que investigan los fallos de inteligencia a posteriori. Lo difícil es conseguirlo antes.

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