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Daniel Rodríguez Herrera

Microsoft y el iPad

Dado que el éxito de Microsoft se limita a los PC, Mahoma Ballmer está empeñado en llevar a los usuarios a su montaña, en lugar de moverse él. ¿Cuántos fracasos nos esperan hasta que la realidad le obligue a cambiar el chip respecto a las tabletas?

Ballmer ha recalcado que Microsoft sigue queriendo competir con Apple en el mercado de las tabletas, un detalle que agradecerán sus accionistas, por más que no vayan a fabricarlas directamente. El problema está en que parece seguir empeñado en que estos ingenios deben ser ordenadores personales como los portátiles, los netbook o los de sobremesa, sólo que con otra forma. Es decir, parece empeñado en repetir el mismo error por el que distintos modelos de tabletas se tiraron una década fracasando hasta que apareció el iPad.

Las tabletas son un formato especialmente incómodo de ordenador. Se escribe mejor con un teclado físico que con uno virtual; aceptamos las pantallas táctiles en los móviles porque, la verdad sea dicha, a esa tamaño tampoco es que con los teclados "de verdad" se pueda ser demasiado ágil. Los interfaces de usuario de los ordenadores se han diseñado pensando en un dispositivo como el ratón, que puede apuntar con mucha mayor precisión que nuestros gordos y torpes dedos, de modo que la forma de hacer usables estas tabletas ha sido mediante el uso de un puntero. Es más, ¿cómo mostrar los menús contextuales, con el botón derecho de qué dedo?

Ni Windows ni, sobre todo, las aplicaciones escritas para Windows pueden usarse cómodamente sin más en una tableta. Así que la principal ventaja de Microsoft, la compatibilidad con la mayor biblioteca de software existente, resulta bastante inútil en este contexto, aunque preparara un interfaz para su sistema operativo que solucionara todos estos problemas.

Han pasado años y años de intentos fallidos de convertir las tabletas en un segmento con unas ventas mínimamente respetables. Ha sido Apple quien lo ha logrado; sin duda, una buena parte del éxito se ha debido a la fuerza de su marca y la lealtad de muchos de sus clientes. Pero la principal diferencia con anteriores intentonas ha sido de enfoque. Hasta ahora, todos se habían empeñado en seguir el camino que sigue defendiendo Microsoft: considerar las tabletas como ordenadores un poco peculiares. La vía de Apple ha sido completamente opuesta: en realidad son smartphones enormes, aunque sin la función de hablar por teléfono. Y es la que ha triunfado.

Pocos comprarán el iPad como sustituto de su ordenador principal, sea éste portátil o de sobremesa. Como mucho será una alternativa al netbook, un cacharro más transportable con el que hacer algunos apaños. Pero, sobre todo, el iPad está funcionando como un gran método de consumir contenidos multimedia (vídeos, fotos...), leer libros electrónicos, navegar por la web y gestionar el correo electrónico. Pero aunque no sea excesivamente incómodo, lo de escribir una novela o un informe en el iPad se reservará para casos de extrema necesidad. El iPad, la tableta de éxito, no se usa como un ordenador.

Pero dado que el éxito de Microsoft se limita a los ordenadores personales, Mahoma Ballmer está empeñado en llevar a los usuarios a su montaña, en lugar de moverse él. Parece que en el móvil, después de muchos años, lo han entendido y Windows Phone 7 supone un borrón y cuenta nueva de todo lo que había hecho el gigante de Redmond. ¿Cuánto tiempo y cuántos fracasos nos esperan hasta que la realidad le obligue a cambiar el chip respecto a las tabletas?

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