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Agapito Maestre

España e Inglaterra

El pueblo inglés aún es muy celoso, por fortuna, de sus libertades. El intervencionismo de lo público, o peor, del Estado sobre lo privado tiene límites más rigurosos y estrictos que en España.

Estoy en Londres. Aprovecho para escribir sobre Inglaterra. Ya sé que Londres no es toda Inglaterra, pero esta ciudad nos permite ver Inglaterra de frente y de lado. Londres representa a la nación. Inglaterra persiste en seguir haciéndose como sociedad. Mi objetivo es académico; quiero consultar unos libros de la Biblioteca Nacional Británica, pero aprovecharé para pasear por sus calles y visitar un par de museos. Me entusiasman las diferencias nacionales entre Inglaterra y España. Son altamente nutritivas para este cronista. Lejos de mi cualquier exclusión. Inglaterra es tan diferente de España que me apasiona. Las semejanzas son aburridas, mientras que las diferencias con mi prójimo me llenan de gozo. Disfruto. Son vitales.

Londres está llena de diferencias y matices, o sea de vida, con respecto a las ciudades españolas. Me entusiasma esta ciudad. Me siento libre. Me siento integrado con esta pluralidad de formas de vidas. ¿Qué sabemos los españoles de los ingleses? Todo y nada. Las incomprensiones mutuas son casi ancestrales, pero yo siento, toco y percibo que Inglaterra es aún un pueblo. No me refiero al modo de ser individual sino a su original manera de interpretar el lado colectivo de la vida humana. Tengo la sensación de que Inglaterra se toma aún en serio como sociedad. He ahí la gran diferencia entre España e Inglaterra.

En Londres noto que cientos de creencias, costumbres, en fin, tradiciones y culturas sobreviven sin demasiados sobresaltos. Las rupturas parecen menos acentuadas que en España. Es cierto que el laconismo inglés, ese especial retraimiento sobre sí mismo, es menos acentuado que en el pasado, pero no es menos verdad que este pueblo persiste en seguir defendiéndose con uñas y dientes de quienes tratan de invadir su esfera privada. El pueblo inglés aún es muy celoso, por fortuna, de sus libertades. El intervencionismo de lo público, o peor, del Estado sobre lo privado tiene límites más rigurosos y estrictos que en España. El respeto por la privacy nada tiene que ver con esa tendencia de los gobiernos españoles a entrar en nuestra intimidad hasta moldearla a sus gustos populistas.

Hay, en verdad, continuidad en sus formas libres de vida. Por ejemplo, existe una genuina y libre vida universitaria, a pesar de todas las normativas comunes que comparte con el resto de países de la Unión Europea, porque se mantienen vivas las tradiciones. La innovación en el mundo de las ideas es imposible sin ese poso de vitalidad. Y, además, lejos de las viejas exclamaciones europeístas que criticaban las extravagancias inglesas, reconozco que Inglaterra es una vía clave de la salvación europea. ¡Esta Inglaterra está en Europa! Inglaterra ha hecho y, por supuesto, ha deshecho de múltiples maneras la historia europea, pero nadie podrá jamás dudar de los valores del pueblo inglés: aún tienen orgullo de pueblo. De ser una gran sociedad. De Inglaterra aún tenemos mucho que aprender, dicho sea con la menor afectación moral.

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