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Ignacio Moncada

Dos guerras, el mismo fracaso

Nunca debimos entrar en ninguna de las dos guerras. El planteamiento ha estado tan plagado de errores que ahora, salgamos como salgamos, será un rotundo fracaso.

Siempre tuve la sensación de que las guerras de Afganistán y de Irak eran casi calcadas. En la primera se entró con la excusa de capturar a Bin Laden y en la segunda para localizar armas de destrucción masiva. En ninguno de los dos casos se encontró lo que se buscaba, y ni siquiera existe certeza de que estuvieran ahí. En Irak y en Afganistán fueron derrocados los gobiernos totalitarios de turno, el talibán y el de Saddam Hussein, dando lugar a inestables y falsas democracias con serias dificultades para prosperar. En los dos casos, el Consejo de Seguridad aprobó resoluciones idénticas avalando la ocupación, siempre a rebufo de los acontecimientos. Y en ambas guerras el planteamiento ha sido tan equivocado que Occidente está condenado a la derrota.

La diferencia principal entre ambas guerras es el tratamiento que le han dado algunos políticos de la izquierda a la de Irak, usada como arma electoral en países como España o Estados Unidos. Y, en parte por ese motivo, hoy Estados Unidos se retira, como podía haber sido en cualquier otro momento, oficialmente de Irak. Es muy probable que Occidente tenga que dejar la bandera blanca a mano, pues se intuye que la utilizará pronto para salir de Afganistán. Al fin y al cabo, los verdaderos motivos por los que salimos de Irak son perfectamente válidos para Afganistán: que hemos descubierto que la democracia y la libertad no se pueden imponer, sino que tienen que construirse desde dentro. Que en realidad no sabemos a qué fuimos, ni qué objetivos concretos teníamos que cumplir. Y que, por eso, esta guerra la hemos perdido.

Nunca debimos entrar en ninguna de las dos guerras. El planteamiento ha estado tan plagado de errores que ahora, salgamos como salgamos, será un rotundo fracaso. Los gobernantes occidentales se han encontrado en territorio hostil sin una lista de objetivos realistas a cumplir, sin una hoja de ruta, y en una huida hacia adelante han decidido vendernos las intervenciones como la guerra entre la democracia y el yihadismo. Sin duda, éste es el error más grave de todos. En el momento en el que hemos planteado como la batalla entre la libertad y el totalitarismo unas guerras que nunca pudimos ganar, hemos entregado la libertad en bandeja de plata. El totalitarismo islámico se ha llevado esta victoria por incomparecencia intelectual, por el cortoplacismo de unos políticos que prefieren recurrir al vago tópico de la "defensa de la democracia" cuando se les pregunta por los objetivos de la guerra, admitiendo de forma velada que en realidad éstos no existían.

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