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José García Domínguez

La gran mentira

Es sabido que esa república imperial capaz de enviar naves a Marte siempre ha estado regida en la sombra por una pandilla de lectores de tebeos que, cuando no olvidan la cartera, se dejan los donuts extraviados en medio del desierto arábigo.

George Sorel, uno de esos maîtres à penser franceses que con tanto acierto consiguieron arruinar la vida de sus lectores, postulaba que para galvanizar a la masa en las querellas políticas procede aferrarse siempre a los mitos, jamás a argumentaciones racionales. "Si te colocas en el campo de los mitos, eres inmune a la refutación crítica", dejaría escrito con lúcido, clarividente cinismo. Así, por cierto, nuestra airada socialdemocracia posmaterialista en el asunto de Irak. Una guerra "de expolio", recuérdese, maquinada por el gran capital planetario y sus serviles lacayos de Valladolid y provincia con tal de robarle el petróleo al prójimo.

Ah, el oro negro y la conjura de las multinacionales sedientas de sangre, dinero y poder. Ah, aquel inconfundible aroma a miseria moral y alcanfor, el que entonces dejó escapar el Adolescente del viejo baúl del irredentismo apocalíptico. Y es que nada importaba a efectos retóricos que los yanquis, gentes de escasas luces como es fama, ya hubiesen olvidado confiscar los pozos de la provincia de Basora tras la primera parte de la guerra del Golfo, cuando los soldados del amor de Marta Sánchez y Narcís Serra. Es más, dando la razón cuantos los sitúan en la frontera misma de la idiocia, una vez liberado Kuwait, tampoco se les ocurrió mejor proceder que retornar los campos a sus legítimos propietarios muslimes a fin de que los siguiesen explotando según Alá les diera a entender.

Nada extraño, pues es sabido que esa república imperial capaz de enviar naves a Marte siempre ha estado regida en la sombra por una pandilla de lectores de tebeos que, cuando no olvidan la cartera, se dejan los donuts extraviados en medio del desierto arábigo. Al respecto, prueba irrefutable de la influencia de la doctrina de Mortadelo y Filemón en la praxis de Bush sería su interés por poner en el mercado las reservas iraquíes para favorecer al muy siniestro "lobby tejano" del crudo. Aunque si su intención secreta fuera ésa habría de provocar una fatal reducción de los precios a medio plazo, igual que sabe cualquier estudiante de primero de económicas. Un enigma, el de cómo el derrumbe de las tarifas podría beneficiar a las petroleras, que aún hoy sigue sin descifrar. Ah, la gran, inmensa, descomunal mentira.

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