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Ignacio Moncada

La estrategia de ETA

Cada vez que creemos que la forma de acabar con el terrorismo pasa por aceptar sus ofertas envenenadas de paz, les estaremos alimentando.

La estrategia de ETA siempre es la misma. Mediante el uso de la violencia, ya sea matando, secuestrando o extorsionando, buscan generar una atmósfera de terror, un clima irrespirable que convierta la libertad en un deseo. Y, una vez ganado peso político, ellos mismos anuncian que acabar con la violencia es algo extremadamente sencillo. Que, si queremos, están dispuestos a dejar las armas. Lo único que hay que hacer es plegarse a sus exigencias. En el retorcido mecanismo del terrorismo, el fin que se persigue no es la violencia, sino la negociación. El asesinato o el secuestro no son más que el cebo político, un motivo por el que sentarse a negociar.

El domingo nos desayunamos con el enésimo alto el fuego de ETA y la mayoría de los políticos, aunque con cautela, se lanzaron a aplaudir la noticia. O, al menos, a valorarla como positiva. Es duro que después de tantos años la ceguera electoralista de nuestros representantes les impida entender la estrategia que sigue el terrorismo. La declaración de alto el fuego nunca es el principio del fin del terror, sino un paso lógico de la banda en busca de su victoria, un punto obligado en su guión. Escribió Ignacio Camacho en ABC, aunque fuera sobre Afganistán, que en los conflictos de la democracia contra la barbarie ésta tiene la ventaja de que nunca titubea. Nosotros lo hacemos constantemente, y en ello se basa la esperanza terrorista. Cada vez que creemos que la forma de acabar con el terrorismo pasa por aceptar sus ofertas envenenadas de paz, les estaremos alimentando. Cuando el terrorista percibe que algún político puede ser capaz de sentarse a negociar el final de la violencia, les estamos diciendo que el terror también puede ser una forma de alcanzar metas. Les estamos animando a matar.

Aunque parezca mentira, uno de los mayores obstáculos para acabar con el terrorismo es que los políticos tienden a buscar un final que pueda reflejarse en una foto, en una firma, en una escena con una fecha, en una portada. Cada gobernante desea que su nombre aparezca ligado al final de ETA, y a algunos eso les empuja a sentarse a negociar. O, simplemente, a insinuarlo. Los que lo hacen, en el fondo, anteponen el fin del terrorismo al hecho de apuntarse el suculento tanto. Para acabar con el terrorismo es necesario que no les merezca la pena matar. Que tarden poco tiempo en ir a la cárcel y mucho en salir. Que cada vez que caiga una cúpula, la policía haya cercado a la siguiente. Y, sobre todo, que exista el pacto inviolable entre los partidos con opciones a gobernar para que jamás, pase lo que pase, se negocie con ellos. Ni siquiera después de disolverse. ETA será historia, no cuando digan que no quieren matar más, sino cuando no puedan. Pues es acabando con su esperanza en la negociación como lograremos, ahora o en décadas, que ETA desaparezca.

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