Menú
Javier Moreno

Engañados por la política

Creemos que la gente piensa, siente y cree las mismas cosas que nosotros y aquellos que forman parte de nuestro microcosmos social. Pero es muy posible que las personas con las que nos relacionemos no sean una muestra representativa de la población.

Según se nos presente un proyecto público, sea por la cara de sus supuestos beneficios o por la cruz de sus seguros costes, lo valoramos de una u otra forma. De ahí que una y otra vez se nos sirva en bandeja de plata el indeseado papel de la cuenta. El "efecto marco" fue estudiado por los psicólogos experimentales Amos Tversky y Daniel Kahneman en los años 70. Consiste en la influencia decisiva que tiene en nosotros el modo en que se nos presenten las opciones a la hora de tomar decisiones. El ejemplo teórico que ellos propusieron y pusieron a prueba es el de una enfermedad infecciosa llegada de Asia. Los detalles del experimento han pasado a los anales de la psicología. Básicamente lo que observaron es que ante un mismo problema con las dos mismas soluciones alternativas, presentándolo de una u otra forma, por el lado de las pérdidas o de las ganancias (en términos de vidas humanas, en aquel caso), se inclinaba la balanza decisoria por una u otra de las soluciones. Los políticos son hábiles en el arte de enmarcar (y enmascarar) sus propuestas. Los costes son sistemáticamente apartados del discurso, también muchas veces los beneficiarios últimos del gasto: se trata de un bien público, bueno para todos. Y pare usted de contar...

Y ya que lo que pueda ser bueno para todos es difícil de determinar, la mayoría de las veces, para mejor obviar ese problema disponemos de una forma de autoengaño bastante elegante. Se denomina, en psicología social, "el efecto del falso consenso". Creemos que la gente piensa, siente y cree las mismas cosas que nosotros y aquellos que forman parte de nuestro microcosmos social. Es muy posible que las personas con las que a diario nos relacionemos no sean una muestra representativa de la población en ningún sentido relevante, y menos aún en lo que a modos de ver el mundo se refiere, pero no obstante son las que tenemos a mano, aquellas a las que mejor conocemos: nuestra familia, nuestros amigos, los compañeros del trabajo o los socios de un club del que seamos miembros. Sobra decir que en un grupo social tan aislado del resto de la sociedad como la elite política la probabilidad de ser víctima del efecto psicológico del falso consenso es altamente elevada. Nuestros representantes terminan por representarse a sí mismos, de tanto creer que verdaderamente representan a los demás.

Por otra parte, la fuerza del grupo cae de forma aplastante sobre ellos, agrupados como están en partidos, dando origen a otro de los tortuosos atajos de la mente, el denominado "pensamiento de grupo". Resulta difícil sustraerse a lo que piensa la mayoría. Si todos persisten en un error obvio uno puede terminar por creer que quizás no es tan obvio, y que bien pudiera ser él el equivocado, o bien podría temer contrariar a tantas voces que cantan a coro, por no poner la nota discordante en tan armónica unanimidad. Al final el político vota con sus correligionarios y contra su propia conciencia y sentido, en la medida en que no los haya perdido con la ebriedad de la fe en el grupo.

Ese mismo pensamiento grupal, que nos limita en nuestra capacidad de juicio, lleva a demonizar al que forma parte del grupo contrario. Y en esa demonización del adversario, acompañada de una insana autocomplacencia, se cae con facilidad en al menos otras tres trampas mentales. Una es la conocida como "falacia del historiador", según la cual se observan las decisiones tomadas por los otros en el pasado con la información que brinda el presente del ulterior desarrollo de los acontecimientos. Es el clásico: "ya lo sabía, y usted también debería haberlo previsto" Otra es la de personalizar acontecimientos de carácter completamente impersonal para poder atribuir responsabilidades. Y por último, pero no menos importante, la de atribuir al propio mérito todos los éxitos que acompañen a las acciones y proyectos que uno y los suyos realizan y considerar los fracasos consecuencia de algún factor externo, o del puro azar.

De todas estas formas de engaño y autoengaño tan extendidas entre nosotros y, desgraciadamente, también en nuestra faceta de votantes y representantes políticos, pueden ustedes encontrar numerosos ejemplos en la vida pública, y quizás en sí mismos. Les aconsejo realicen el sano ejercicio de detectarlas y combatirlas.

En Sociedad

    0
    comentarios