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Jorge Vilches

Los sindicatos después de la huelga

Quizá lo que salga de la huelga general sea la certeza de que los sindicatos son una de esas instituciones que necesitan una actualización, una reforma profunda que les devuelva la imagen de agente social respetable.

La huelga importa muy poco a la gente. No hace falta hacer un estudio sociológico de la población española. La razón es evidente: se sabe que no servirá para que el Gobierno cambie su política. De esta manera, no importa la huelga general, sino el día después, las consecuencias. Es decir; descartado el "éxito" del paro, importa conocer quién sale reforzado o perjudicado, y qué le ocurrirá a los agentes sociales y políticos.

Los escenarios que se pueden aventurar para la huelga del 29-S son pocos, y permiten explicar la actitud del Gobierno Zapatero, del PP y de los sindicatos. El primer escenario es improbable: la UGT y CCOO paralizan el país. La situación sería como la del 14-D de 1988, huelga que si hubiera sido contra un Ejecutivo de la derecha ya sería a estas alturas un auténtico mito de la izquierda. La repetición de aquella jornada es imposible, entre otras cosas porque intervinieron factores ajenos a las reivindicaciones sindicales, y la sociedad, los sindicatos y los partidos eran otros en todos los sentidos.

El segundo escenario es aquel en el que los sindicatos paran los sectores estratégicos, en concreto, el transporte público. En Madrid esto no es probable después de que se solucionara la huelga de Metro en julio de este año. Aún así, las carreteras colapsadas mostrarían a miles de trabajadores que quieren ir a su puesto de trabajo. Perdida la batalla de Madrid, el resto no tiene el mismo impacto político ni informativo. El tercer escenario, más probable, es que la vida del país sigue igual salvo en determinados centros donde los piquetes actúan, lo que sería otro error estratégico de los sindicatos. A continuación vendría la guerra de cifras que ya nadie cree. Al descrédito de los sindicatos se le uniría el ridículo.

Descartado el paro general y el de sectores estratégicos, así como la utilidad de los piquetes, el cuarto escenario es del fracaso completo de la huelga general. Los líderes sindicales sólo tendrían que pasar el mal trago del minuto televisivo para decir a los suyos: "nosotros lo intentamos... cumplimos con nuestra misión... son otros los que fallan". La victoria del zapaterismo sería completa, porque al fracaso sindical le seguiría la lógica consecuencia del discurso gubernamental: "La ciudadanía ha comprendido que no hay más remedio que tomar estas medidas". Incluso lo presentarían como un voto de confianza de la sociedad española.

El PP, en cambio, está atrapado. Se opuso a las medidas del Gobierno Zapatero con un discurso obrerista, pero no puede apoyar la huelga de los sindicatos que manifiestamente lo desprecian –veremos que en la manifestación posterior orquestarán más gritos contra el PP que contra Zapatero– y porque sería abrazarse a un cadáver. Los populares únicamente pueden intentar que la huelga se vea como la disgregación y desorientación de la izquierda, lo que supone un trabajo ímprobo de propaganda que contrarreste a la zapaterista.

Los más perjudicados con la convocatoria de huelga general serán la UGT y CCOO. Es el resultado lógico de una alianza equivocada, basada en palabras y buenas intenciones, en el todo vale contra el PP. Los sindicatos han sido partícipes y víctimas del izquierdismo de salón de la primera legislatura de Zapatero, ahora diluido por la realidad de la crisis económica. Atrapados entre la necesidad de criticar al Gobierno y no beneficiar al PP han abandonado el sentido de su misión y de sus acciones, perdiendo la respetabilidad que se ganaron durante la Transición.

Hoy, la UGT y CCOO funcionan más como parte del engranaje de la maquinaria electoral del PSOE de Zapatero que como sindicatos de representación de los trabajadores, olvidando que su razón de ser, y de ahí la protección constitucional que reciben, es actuar como grupos de presión e intereses. Que nadie se alarme, por tanto, de que la gente cuestione su papel en la economía, su tipo de organización y funcionamiento, sus estrategias y objetivos, la capacidad de sus líderes y, cómo no, sus fuentes de financiación. Quizá lo que salga de la huelga general sea la certeza de que los sindicatos son una de esas instituciones que necesitan una actualización, una reforma profunda que les devuelva la imagen de agente social respetable.

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