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Emilio Campmany

La hora para un líder

Rajoy debería darse cuenta de que necesitamos un plan, una estrategia, un programa electoral y, sobre todo, un líder que lo proclame y defienda. ¿Quiere serlo él? No lo parece.

En el ajedrez y en la política, la táctica lo abarca casi todo. Por medio de ella, un jugador puede conseguir tanta ventaja que ninguna estrategia, por sabia que sea, pueda provocar un vuelco. Sin embargo, cuando los contendientes tienen parejos conocimientos tácticos y ambos aciertan a escabullirse de las trampas que les pone el otro, la superior visión estratégica se impone.

Zapatero es un magnífico táctico y sorprende a veces a sus adversarios, especialmente a los del propio partido, con hábiles celadas, pero no tiene estrategia. A Rajoy no se le da mal driblar las artimañas del otro y a veces tiene el cuajo suficiente para recurrir él a las suyas, pero su plan se limita a solazarse viendo que el otro carece de él. De forma que si Rajoy tiene alguna posibilidad de vencer en 2012 a pesar de carecer de estrategia, es porque el otro tampoco la tiene. Y si Zapatero tiene una oportunidad de volver a ganar dentro de dieciocho meses a pesar de no tener ningún plan es porque su rival adolece del mismo defecto.

Si de aquí a las próximas elecciones generales Rajoy fuera capaz de diseñar un programa ajustado a las necesidades de la mayoría de los españoles, barrería. Para convencerse, no le vendría mal leer las memorias de Tony Blair, que acaban de publicarse en el Reino Unido. Explica el político británico cómo fue puesto al frente a un partido que había perdido cuatro elecciones generales seguidas (1979, 1983, 1987 y 1992) a pesar de que los conservadores, al final, tampoco es que gobernaran con brillantez. Hasta entonces, los laboristas habían limitado su estrategia a poner de chupa de dómine a la Thatcher por haberse cargado a los sindicatos. Blair les condujo al 10 de Downing Street no sólo con eslóganes como "Nuevo laborismo" o la "Tercera vía", sino sobre todo con un programa que conectó con las aspiraciones de la gente.

Trasladada a España su experiencia, Rajoy podría aprender que a un partido al que el electorado español vota casi por inercia, como es el PSOE, no es fácil derrotarlo sólo con destacar las cosas que hace mal. Es necesario ofrecer una nueva política que le dé a los votantes la oportunidad real de mejorar, a ellos y a sus hijos. Naturalmente, hay que ofrecer algo más que palabras vacías. Pongamos algún ejemplo. En política exterior, seremos amigos de las democracias y enemigos de las dictaduras. En economía, se suprimirán las subvenciones para que el mercado sea verdaderamente libre y puedan bajarse los impuestos. En justicia, el Consejo será elegido exclusivamente por los jueces para garantizar su independencia. En educación, habrá igualdad de oportunidades haciendo que la formación que se dé en los institutos sea tan buena como la del mejor colegio privado. En administración territorial, se centralizará el Estado tanto como sea necesario hasta que la administración autonómica sea económicamente viable.

No es mi intención elaborar un programa político. Algunas de estas propuestas pueden no ser tan atractivas como a mí me lo parecen. Lo que quiero demostrar es que se puede ser relativamente concreto sin tener por eso que levantar la oposición de nadie y lograr, en cambio, ilusionar a la mayoría.

Rajoy debería darse cuenta de que necesitamos un plan, una estrategia, un programa electoral y, sobre todo, un líder que lo proclame y defienda. ¿Quiere serlo él? No lo parece.

En España

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