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José García Domínguez

Malaya

Los mismos que le picaban las palmas al Julián devendrán implacables calvinos y savonarolas ansiosos de ejemplares, feroces penas. Sonará más fuerte que el trueno el compungido rasgar de vestiduras entre las autoridades.

Por fin, se estrena el reality más esperado por la audiencia, ese Nuremberg de la telebasura que promete ser el juicio al maromo de la Pantoja; la gorda de la liposucción, una Yagüe, creo recordar; su pareja artística, Isabel García Marcos, La Rubia del PSOE; y el Gengis Kan del cemento armado, ese Juan Antonio Roca de la turbia estampa. Amén de otros noventa y un secundarios, propios, figurantes, choris, julays, barraganas y ganapanes de la gran cueva de Alí-Babá donde reinaba, soberano absoluto, Gil y Gil. Aquel atrabiliario don Jesús al que la España institucional, empezando por su máxima magistratura, le riera las gracias hasta el instante mismo en que desapareció tras una muy oportuna lápida de mármol de Carrara.

El Excelentísimo Ayuntamiento de Marbella, la joya de la corona de la cleptocracia del ladrillo durante los años dorados de vino y rosas. La hoguera de las vanidades celtíbera, cuando se forjó algo aún mucho más ruin que la tangentópolis que anidaría en las concejalías de urbanismo de media España al tiempo que se hinchaba la burbuja. Me refiero, huelga decirlo, a la corrupción moral de una sociedad que, sabiendo de ella, la toleró de grado hasta que el hedor termino por hacerse irrespirable. Y ahora toca la segunda parte del espectáculo, la de los autos de fe siempre tan caros a la afición. Así, los mismos que le picaban las palmas al Julián devendrán implacables calvinos y savonarolas ansiosos de ejemplares, feroces penas. Sonará más fuerte que el trueno el compungido rasgar de vestiduras entre las autoridades.

Y, a modo de clímax final, habrán de ser incinerados en la pira de la opinión pública los cuatro membrillos de turno. Como suele, al teatral modo, la pobre fibra ética de esta vieja nación a la deriva se retratará desnuda ante sí misma. Un año dicen los avisados que puede durar la vista. Dispongámonos, entonces, a contemplar un interminable desfile de atildados horteras por la pasarela del Código Penal. Una penitencia, la de la zafiedad, que suele acompañarse de un inopinado sesgo escatológico. De ahí, por cierto la predilección del tal Roca por convertir en testigos mudos de sus deposiciones en el váter a muy originales lienzos de Picasso. Atentos, pues. La función va a comenzar.

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