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España sigue en guerra

En Afganistán se libra una guerra en la que nuestros soldados están enfangados hasta las cejas, una guerra que se está perdiendo, y una guerra que, perdida, supondrá un duro golpe para todas las sociedades occidentales.

La primera premisa para un país que hace la guerra es tener conciencia de su necesidad, porque el uso de la fuerza es siempre el último recurso, que se paga en vidas humanas. Y esta conciencia se muestra en una determinada actitud política, caracterizada por el liderazgo político de Gobierno y aliados, por la transmisión a la nación de la trascendencia de la medida y una voluntad clara –hacia los enemigos y hacia la propia sociedad– de qué y por qué se está haciendo. En este sentido, la comparecencia del pasado día 15 de Zapatero en el Congreso no sólo dejó las cosas tal y como estaban, sin quedar muy claro qué piensa Zapatero de la guerra, sino que mostró dramáticamente que tanto PSOE como PP se han desentendido por completo del destino del conflicto, y con el del de nuestras tropas.

Por parte del Gobierno nunca se creyó la misión afgana: ¿cómo iba a hacerlo un presidente que sustituyó la "guerra contra el terrorismo" por la "Alianza de Civilizaciones", y que negocia y llega a acuerdos con terroristas? Tras la huida de Irak, Zapatero se concentró en Afganistán, entre otras cosas porque así legitimaba la espantada iraquí ante unos aliados estupefactos ante su irresponsabilidad. Después se volcó en busca de un reconocimiento de Obama que poder mostrar en el telediario. Ya saben, "lo importante es la foto". A día de hoy, espera a la cumbre de noviembre para ver qué deciden los aliados, con Obama a la cabeza, y retirar o mantener –mucho, poco, lo que sea– a las tropas allí. Afganistán se ha convertido para el Gobierno en un asunto molesto y desagradable, del que espera no interfiera demasiado en la lucha política interna.

Tampoco la oposición, desde 2004, ha mostrado interés en Afganistán. El "síndrome iraquí" –la obsesión por huir de la etapa más brillante de la política exterior española y la incapacidad de reconocer que se hizo lo correcto–, el mito de que "lo importante es la economía", y en general el regreso al viejo desinterés por la política exterior española de la vieja derecha, explican el falso consenso con un Gobierno que representa lo contrario de lo que él representó en el poder. Ahora, enfrascado en la carrera electoral que culminará en 2012, frotándose las manos ante el previsible descalabro socialista, el Partido Popular tampoco tiene su mente puesta en tierras afganas ni parece que lo vaya a tener, aunque se encuentre de sopetón dentro de un par de años con la patata caliente.

Ninguno de los dos grandes partidos tiene en mente la situación afgana, como no sea para desquiciantes discusiones acerca de la palabra "guerra" destinadas a arañar unos votos para sí mismo o quitárselos al rival. Para colmo, las servidumbres electorales españolas ponen como árbitros de la situación a grupos poco interesados en defender los intereses nacionales españoles en el exterior Por eso conviene recordar que mientras aquí se discute en el Congreso o en los talk shows sobre el último editorial del Wall Street Journal, sobre la derrota de Trini en las primarias o las elecciones catalanas, en Afganistán se libra una guerra en la que nuestros soldados están enfangados hasta las cejas, una guerra que se está perdiendo, y una guerra que, perdida, supondrá un duro golpe para todas las sociedades occidentales.

El 15 de septiembre pudo abrir un tiempo de reflexión y debate sobre el papel de España en Afganistán, sobre nuestra posición en la cumbre de noviembre y la posición española ante la "guerra contra el terrorismo". No fue así: PP y PSOE cumplieron rápidamente el trámite y pasaron página. Ahora, mientras los dos grandes partidos se lanzan a la carrera electoral en términos internos, nuestros soldados siguen en Afganistán, sin saber muy bien ni para qué, ni hasta cuándo, ni con qué objetivo, más allá de abstracciones retóricas que pueden significar cualquier cosa –ya saben, la polisemia, último refugio de lo sinvergüenzas– y que los políticos se lanzan entre sí. Lo peor no es que permanecerán al margen de nuestra misión allí hasta que alguno de nuestros soldados vuelva a España otra vez en un ataúd. Entonces se repetirán los lloros reales, una pequeña polémica, el reparto de medallas y recordaremos por unos días que España sigue en guerra.

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