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Alberto Acereda

De miedos y mentiras

Si por Obama, Reid y Pelosi fuera, su deseo no sería otro que acabar con los recortes fiscales y cobrar más impuestos al pueblo. Poco les importa que sea otra puñalada más a las familias norteamericanas y un peligro para la ya renqueante economía.

El falseamiento de la realidad ha sido una de las herramientas favoritas de la izquierda política. Carente de argumentos sólidos para desbancar los principios de la derecha liberal conservadora, inventa mitos que al poco tiempo se tambalean. De la etérea fantasía y creación de Barack Obama por vía del marketing hemos vuelto, en menos de dos años, a la realidad. Y todo gracias a la reacción popular. Por eso, las ya cercanas elecciones de este 2 de noviembre están generando en el Partido Demócrata miedos y mentiras.

El veredicto de las urnas dictará muchas cosas porque a Obama y al Partido Demócrata, así como a toda su orquesta mediática, les está pasando lo que al mentiroso que tiene dos males: que ni cree, ni es creído. Y es que quienes todavía dudan de la existencia de varios grupos mediáticos supuestamente "independientes" pero descaradamente a favor de Obama, bastaría recordarles el no lejano escándalo del JournoList, apenas aireado en la prensa europea, pero iluminador para ver dónde se halla el estado político de la desinformación socialdemócrata en Obamérica.

Esos mismos grupos mediáticos (cadenas como ABC, CBS, NBC, MSNBC...) son los que ahora nos dicen que es normal que el Partido Demócrata pierda votos en estas intermedias, al ser un hecho históricamente repetido. Con el miedo, mienten; nos quieren convencer de que estas intermedias no serán un repudio popular a la agenda política de Obama. Mienten y esconden lo que les conviene: que en 2002, en las intermedias del primer mandato de George W. Bush, el Partido Republicano no perdió escaños sino que los ganó. Mienten, según les dicta la Casa Blanca, en cuanto a la fatídica repercusión en la ciudadanía de los "rescates" económicos, la ley sanitaria, el fracaso de los miles de millones para el "estímulo", la hemorragia del paro y otras tantas cosas más.

Es difícil medir el nivel de canguelo que circula hoy por las venas del Partido Demócrata, pero saben bien que hay decenas de escaños en la Cámara de Representantes, y otros en el Senado, que han dejado de ser ya plaza segura para los candidatos demócratas. Varios representantes políticos que parecían intocables en la izquierda –como Barney Frank o Steny Hoyer– se tambalean hoy en las encuestas. En el estado de Nueva York, los demócratas no quieren ni nombrar a Obama (y a veces ni a su propio partido); alguno incluso tiene anuncios publicitarios insistiendo en que no votaron a Obama. Otros dicen oponerse a los rescates económicos de Obama y se leen toda suerte de olímpicos desmarques respecto a la Casa Blanca. En Texas, estado más conservador, los políticos demócratas que por ahí pululan –como Chet Edwards– usan anuncios hasta retando la agenda de Obama. Así de mal están.

En el Senado, uno de los escaños de Virginia Oeste, tradicionalmente en posesión demócrata por el fallecido Robert Byrd, hoy se ve como más que posible victoria para los republicanos. Las encuestas senatoriales en otros muchos estados (incluso en Nevada, Missouri u Ohio) muestran, a fin de cuentas, el deseo popular de cambiar de rumbo y echar de ahí a personajes que defendieron las errantes políticas de Obama. El caso de Harry Reid es ejemplar al respecto.

Significativo es el caso de un estado socialdemócrata como Connecticut, donde su ídolo político de años, Richard Blumenthal –el mismo que lleva toda su vida trabajando para el gobierno y que hace cuatro meses mintió descaradamente sobre su servicio militar en Vietnam– las pasó canutas en su reciente debate frente a la candidata republicana Linda McMahon. La anécdota simboliza las diferencias porque cuando McMahon le preguntó a Blumenthal cómo se creaba un puesto de trabajo, éste no supo qué responder.

De esa falta de respuestas a las realidades inmediatas de los ciudadanos surge el miedo a estas elecciones intermedias. Para disimularlo, los demócratas usan convenientemente la mentira, como evidencia la manipulación en el reciente caso que ha centrado la atención en la carrera gubernamental en California entre la candidata republicana Meg Whitman y Jerry Brown, el político profesional del Partido Demócrata. El asunto, preparado y cocinado por operativos del Partido Demócrata y de la campaña de Brown, pretendía culpar a Whitman de aprovecharse de su empleada doméstica cuando la realidad es bien otra.

Del miedo, pues, a la mentira. Como el último truco del Partido Demócrata de aplazar la decisión en el Congreso respecto al código fiscal y demorar la extensión o suspensión de los recortes de impuestos de la época Bush. Si por Obama, Reid y Pelosi fuera, su deseo no sería otro que acabar con los recortes fiscales y cobrar más impuestos al pueblo. Poco les importa que sea otra puñalada más a las familias norteamericanas y un peligro para la ya renqueante economía norteamericana. Pero saben bien que hacerlo no es ahora electoralmente viable y por eso dejan la decisión en el aire.

En las encuestas, como la reciente de Gallup Poll, sólo un grupo de votantes –el negro– sigue apoyando a Obama igual que hace dos años. Todos los demás, incluidos los hispanos, miran ya con incertidumbre. Me dirán que Obama no se presenta a las intermedias. Cierto; pero su partido sí. Y estas intermedias son una especie de plebiscito sobre la agenda de Obama y su partido. Acertaba, en fin, Cicerón cuando afirmaba que aunque digan la verdad, los mentirosos no son creídos. A estos activistas del Partido Demócrata disfrazados de periodistas y políticos no los cree ya casi nadie. Y menos aún a los diletantes de la política –como Alan Grayson– que emponzoñan los pasillos del Congreso. De ahí los insultos al Tea Party, los miedos y las mentiras.

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